No siempre resulta sencillo sustraerse a los prejuicios, si bien se antoja una tarea imposible cuando te encuentras con alguien que parece haber nacido de pie, un tipo al que bautizaron Jorge y se hace llamar Ray para disfrutar de un nombre mestizo y pleno de sonoridad, al estilo de Truman Capote. No es fácil sentir simpatía por alguien con un aspecto a mitad de camino entre bohemio y moderno por quien las grandes editoriales parecen sentir debilidad, por un afortunado que se acuesta con cantantes famosas y top models, y reside en Nueva York.
Por eso admito que me enfrenté a la segunda novela de Ray Lóriga con un buen cargamento de prevenciones y juicios previos, aunque los abandoné casi de inmediato, ya que el comienzo me sorprendió gratamente, por más que la obra exhibiera ese estilo ascético y casi telegráfico que se impuso hace unos años, cuando se trataba de trasponer aquí la escritura de los cuentistas norteamericanos. No obstante, ahí quedó todo, pues el argumento se demostró vacuo y artificioso, al igual que los personajes, y resulta evidente que se empeña en extender hasta casi doscientas páginas una historia que apenas daría para veinte.
Hace tiempo afirmé que el éxito es el peor enemigo del escritor en ciernes (puede que de cualquiera), y este libro no redunda sino en reafirmar mi convencimiento. Cuando te publican cualquier cosa que escribas, no existe razón alguna para mejorar.
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6 comentarios:
No digo que no. Y el camino para mejorar es largo; se prolonga la vida entera...
Un abrazo
Confirmando tu propia teoría, de este señor cerré a media un libro de relatos.
Aquí tenemos a Jesús Tíscar ya sabes, me he acordado de ti al verlo al salir a desayunar esta mañana.
Mª José:
En efecto, pero si todo son loores y parabienes resulta demasiado sencillo pasarse toda la vida escribiendo lo mismo.
Jesús:
Sin duda el Tíscar es mucho mejor escritor que Lóriga, pero veo difícil que salga en el País semanal, aunque mucho más lo de las catantes y top models.
Saludos a todos.
De Loriga no he leído nada porque tuve siempre una especie de desapego hacia él.
Tiscar sigue escribiendo bien de todos modos.
Tu tesis, Juan Carlos, es como la de aquel que decía que a los gatos había que tenerlos hambrientos y a ser posible, apaleados.
No hay como fracasar para mejorar, ¿eh?
Pues no.
:-)
Mery:
Más o menos es lo que yo expongo.
Javier:
No digo nada de apalera, pero es cierto que, si quieres que cacen ratones, no puedes tener ahitos a los gatos (pregúntaselo a cualquier rústico de tus pagos).
En cuanto al objeto del símil, está claro que el éxito prematuro es nocivo para la obra del escritor, por muy bien que le siente a él.
Saludos.
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