El
problema de que Papandreu haya sacado la vena levantisca, de adolescente
rebelde en plena edad del pavo, no es que los mercados se hayan vuelto
histéricos (siempre lo están: si no es por esta causa, lo será por otra), sino
que el incidente demuestra el enorme sinsentido que supone la Unión Europea,
ese monstruo con un solo cuerpo y 27 cabezas.
Imaginen
ustedes una familia que comparte techo, pero cada cual hace su vida, dispone de
sus finanzas a propia voluntad y se endeuda sin contar en el resto: pues bien,
esa imagen es benévola comparada con la realidad de la Unión.
El
despropósito se multiplica en España, donde además el gobierno central está
casi desprovisto de competencias, y tenemos otras 17 administraciones
autonómicas dedicadas a guerrear por su cuenta, cuando no entre ellas.
Por
añadidura, padecemos el dislate de que las decisiones del parlamento europeo no
sirven de nada si no cuentan con el visto bueno de la cancillera Merkel, y que
los ”fuertes” se apresuran a ofrecer como chivo expiatorio a los “débiles” a la
mínima sospecha de que pueden venir mal dadas, como constatamos que ocurrió con
laobligación de recapitalización de la
banca española.
Tenemos
un serio problema, que no se arregla con cataplasmas. La Unión precisa una
verdadera vertebración, que pasa por la cesión de competencias de los estados
miembros, que garantice que la Unión haga una política global, buscando el
beneficio de su conjunto, en lugar de estas intrigas palaciegas en las que cada
cual apenas aspira a su propio provecho.