Como si hubiera
decidido añadir cada día una cucharada de arsénico al café (o, según la OMS,
merendarse un par de hamburguesas). Tan estúpido y a la vez tan certero.
Prohibir aparcar
en Madrid es condenar a la ciudad al caos, someter a sus habitantes a un
martirio diario que los va a predisponer en su contra. Cada día que Carmena
mantenga activada esta medida, su partido pierde miles de votos. Supongo que
con quince o veinte bastará para que sólo se quede con aquellos incondicionales
que agitan las redes sociales para mayor gloria del partido único (al menos de
pensamiento único), ese mismo que quiere regular por ley las apariciones del
presidente en los debates y, a poco que le vaya cogiendo el gustillo, acabará
regulando las relaciones conyugales, esos seguidores contumaces que nunca han
tenido coche (sólo el de papá) ni esperan tenerlo en breve.
Desde que llegó
al consistorio de Madrid, lo único que ha hecho el equipo de Carmena es
alumbrar ocurrencias, que en su inmensa mayoría quedaron en conato, pero a esta
no le va hacer ninguna gracia al elector, no entiendo cómo el taimado e infame
visir Iznogud le permite seguir con este
dislate justo cuando comienza la campaña electoral.
¿Han escuchado
la voz de la oposición clamar contra esta medida? Por supuesto que no. Van a
aguardar a que los madrileños bullan de ira, y lanzarlo como una bomba en la
campaña.
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