El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

jueves, 20 de enero de 2011

Vuelva Ud. mañana

Después de casi doscientos años, no hemos cambiado demasiado con respecto a lo que relató Larra.

Martes, 13:00. Una compañera me acerca a la estación de cercanías, donde tomaré un tren para enlazar con el AVE. Debo viajar a la refinería del campo de Gibraltar para leer un programa de un dispositivo obsoleto para reemplazarlo; diez minutos escasos de trabajo, pero los requerimientos burocráticos especifican que primero debo recibir el cursillo de seguridad y riesgos laborales preceptivo. Un servidor cuenta con el título oficial de riesgos laborales de veinte horas, además del específico de trabajo en petroquímicas de diez horas, pero no me permitirán entrar si no realizo el concreto de la compañía (mucho más reducido que los otros), por lo que debo viajar un día antes.

Martes, 19:00. Me han indicado que el curso se imparte a las ocho en punto de la mañana, así que primero paso a reconocer el terreno y asegurarme de que sé entrar a la refinería (hace más de diez años que no la piso). Compruebo que hay un atasco considerable para acceder a la misma desde la Línea y rezo para que al día siguiente no ocurra lo mismo.

Miércoles, 07:25. A pesar de que el horario de desayuno del hotel comienza a las siete y media, bajo cinco minutos antes porque voy un poco justo de tiempo. El comedor se encuentra a oscuras y media docena de clientes aguardan.

Miércoles, 07:35. Ahora los que esperamos somos más de veinte, y sigue sin aparecer personal del hotel. Además, da la impresión de que el desayuno no es de tipo buffet, o, si lo es, no hay nada preparado, por lo que me marcho sin desayunar. En una ocasión, en una planta química en Tarragona, no me permitieron entrar al cursillo por llegar 10 minutos tarde.

Miércoles, 07:55. Me identifico en portería, comprueban que estoy apuntado al cursillo y me indican que a las ocho y media nos recogerá un microbus. Tengo el estómago más vacío que la billetera de un parado de larga duración, y, a pesar de que la temperatura no es muy baja, el fuerte viento hace que sea muy desagradable permanecer a la intemperie. Además, vengo pertrechado sólo con una cazadora de entretiempo. Me martirizo pensando en el opíparo desayuno del que podría haber disfrutado.

Miércoles, 08:35. Por fin, nos recoge el microbus, aunque, tras un breve trayecto (menos de 500m), nos deja otra vez en la calle, aguardando que vengan a abrir el aula de formación.

Miércoles, 08:50. Accedemos al aula, donde hace casi tanto frío como en el exterior.

Miércoles, 11:15. Otra vez afuera. Aunque ya he recibido el dichoso cursillo, debo aguardar a que una persona, en Madrid, ultime la introducción de mis datos en la intranet de la petrolera para que pueda tener acceso a la refinería.

Miércoles, 12:15. Hablo con la persona que está realizando los trámites. Me dice que sólo le falta introducir el número de tarjeta, que lo tiene un compañero suyo, el que debe acompañarme en la refinería, pero este no le coge el teléfono.

Miércoles, 12:45. Por fin parece que está todo. Hablo con la persona que debe acompañarme para que me traiga la tarjeta con la que debo entrar. Me indica que a la una saldrá a comer, que le espere en la puerta. Aunque estoy más congelado que el sueldo de un funcionario, maldiciendo y farfullando, me dispongo a aguardar, aún más.

Miércoles, 13:40. Por fin aparece mi acompañante, que se deshace en excusas. Estoy más cabreado que una mona, y le replico que entiendo que esté atareado, pero que, en ese caso, hubiera aplazado mi visita para otro día, ya que han sido ellos quienes eligieron la fecha.

Miércoles, 14:35. De nuevo en la puerta de la refinería. La tarjeta no me permite acceder. Según la recepcionista, falta un papel que desde mi oficina aseguran se ha enviado, pero la única persona que sabe manejar el sistema se ha marchado cinco minutos antes. Al final, mi acompañante decide que entre como visita. Podía haberlo decidido antes, con lo que me habría ahorrado viajar el día de antes, el cursillo y la mañana a la intemperie. La persona que debe autorizar mi entrada se encuentra comiendo.

Miércoles, 15:30. Por fin estoy dentro. Ahora falta obtener los permisos de trabajo, algo que se podía haber hecho mientras yo esperaba afuera.

Miércoles, 16:58. Trabajo concluido. Para diez minutos de labor, he empleado más de un día, y me falta regresar a casa.

Miércoles, 21:45. Tras besar a mi esposa y a mis niños, hago lo propio con el suelo, como el Papa.

Y luego pretenden que tengamos la misma productividad que los alemanes.

5 comentarios:

Rosi(Lucía) dijo...

Hola soy Rosi, de la página de mujer chic magazine. He visto que tienes blog, y me gustaría añadirte al mío. http://rosiserranoromero.blogspot.com
He curioseado un poco por el tuyo y he leído cosas interesantes que iré comentando con tiempo. Un saludo.

mujer prevenida vale por dos dijo...

En mi negocio el tiempo perdido se factura a otro precio pero se factura igual así que ya te puedes hacer una idea de la de tiempo que te hacen perder...

Mery dijo...

Cuántos casos conozco similares. Yo creo que no tenemos remedio, sin mas, así pasen mil años.
No me extraña que besaras el suelo, lo que te ocurrió es kafkiano.
Un abrazo

Juan Carlos Garrido dijo...

Rosi:
Bienvenida a esta casa.

Cauta y valiosa mujer:
No está mal eso de facturar el tiempo perdido, algo que por otra parte delata que se ha desistido de lograr no perderlo.

Mery:
Aunque suene a chufla, así es como funciona el país. Además, sobre todo en empresas grandes, cada vez son más la personas cuya labor consiste en multiplicar y hacer más engorrosos estos trámites.

Saludos a todas.

Anónimo dijo...

ASI NOS VA.UN SALUDO