Tsipras había
prometido a sus electores que doblegaría el fuerte brazo de Europa, y ahora es
su gobierno el que yace humillado, a la espera de comprobar hasta dónde querrá
la troika alargar el castigo.
Dudo que este
particular sorprenda a nadie: no se puede negociar desde una posición de fuerza
cuando se depende de la caridad ajena para comer al día siguiente. El país heleno
está sufriendo una desbandada financiera, sometido a un caos supuestamente controlado
por el BCE para obligarle a ver hasta dónde puede llegar el desastre en el
mismo instante en que Europa retire su paraguas de la cabeza de Grecia. Tampoco
esto puede sorprender a nadie, ya que La Unión dejó claro desde el primer
momento que iba a realizar un castigo ejemplarizante sobre Grecia, decidida a
que ningún otro país (léase España) experimente la tentación de abandonarse al
populismo.
Contradiciendo
lo anterior y a despecho de toda lógica, las encuestas dicen que, a día de hoy,
Tsipras reforzaría su respaldo popular, prueba palmaria de que no se puede
confiar en la cordura del electorado. Hemos escuchado en infinidad de ocasiones
decir a políticos de toda índole que la mayoría nunca se equivoca: lógico, es
su única fuente de legitimidad; no obstante, todos sabemos que las mayorías
muchas veces se yerran estrepitosamente. Como lo han hecho en Grecia, como
sucedió en España cuando se reeligió a ZP, como sucedió en Venezuela con Chaves
o en Alemania con Hitler. La mayoría es simplemente una cuestión numérica que
nada tiene que ver con la razón.
Entretanto, Grecia
se pasea al borde del abismo, y el BCE dista mucho de tener controlada la situación,
aunque es posible que Europa quiera que sea así. En el fondo, podemos comprobar
que Tsipras juega una partida de ajedrez con Europa, en la que los 11 millones
de griegos son peones prescindibles para ambas partes.
Nada nuevo
bajo el sol.
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