A
despecho de que acostumbramos a denominarles a todos con el mismo y genérico
nombre, existen muchas y muy notables diferencias entre los miembros de este
colectivo, por lo que me gustaría reseñar aquí algunos de los grupos más
destacados (a pesar de que los cinco primeros a duras penas merecen el
apelativo común, insisten en atribuírselo, por lo que los incluiremos aquí), a
saber:
Pesudoperiodista: categoría a la que pertenecen ese grupo de rapaces y carroñeros que prospera en los platós donde se dan voces y su presa favorita son las intimidades de personajes de medio pelo. Por desgracia es uno de los grupos más numerosos y mejor remunerados.
Periodista mamporrero: dícese del espécimen, particularmente frecuente en las tertulias matinales y nocturnas, cuya opinión coincide sospechosamente con la versión oficial del partido de turno, hasta el punto de convertirse en una extensión de la oficina de prensa del mismo.
Periodista de denuncia: mutación de la especie anterior cuando su partido pasa del gobierno a la oposición.
Periodista comparsa: ejemplar bastante común que abunda en ruedas de prensa y entrevistas pactadas. Sirve como mero atrezo para el lucimiento del político o personaje de turno. Ante una pregunta que no figure en el guion, se arranca los cabellos y asperja agua bendita.
Periodista de opinión: la definición es un oxímoron en sí misma.
Presentador de telediario: máquina orgánica de leer noticias.
Periodista notario: frecuente en los medios modestos y locales, se limita a ser testigo aséptico de los acontecimientos que cubre, de los que redacta una reseña funcional y asertiva.
Periodista cilicio: acostumbra a realizar entrevistas a personajes notorios que consienten en someterse a semejante suplicio a sabiendas de que les va a preguntar por todo aquello que les resulte más incómodo.
Periodista guerrillero: suele brotar al clamor del tumulto en los eventos más polémicos, empeñándose en llevar la contraria, incluso ridiculizar, a quienes los promueven.
Periodista jenízaro: siente pasión por los lugares que evitamos como la peste el resto de los mortales, haciendo visible una realidad incómoda o contraria al mainstream. Son los que de veras honran la profesión, y su mera existencia justifica que toleremos al resto.
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