El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

lunes, 26 de octubre de 2015

La diáspora siria


La solución a los millones de refugiados sirios que han abandonado su país o están a punto de hacerlo no es cerrar las fronteras y los ojos y oídos al problema, como tampoco  lo era abrir las puertas de par en par y conceder barra libre de ciudadanía europea a todo el que la quiera.
Nos encontramos ante un tremendo dilema moral entre lo que un país, o en este caso una entidad supranacional, debe hacer y lo que puede permitirse hacer, entre la ética y la justicia y la dureza de las cifras y balances.  
La realidad es que existe un país, con aproximadamente la mitad de la población de España literalmente devastado por la guerra entre un dictador sin escrúpulos y unos fanáticos con menos aún, una infierno en cuya creación la responsabilidad de las potencias occidentales (léase EEUU y UE) es evidente. Una vez más, los grandes arquitectos del nuevo orden mundial jugaron a aprendices de brujos (léase primavera árabe) y, una vez más, la cagaron estrepitosamente.
Parece meridianamente claro que la solución debe aplicarse en origen, pero occidente se limita a permitir que Rusia apoye al dictador y emitir una tibia protesta para salvaguardar las formas.

Entretanto, tenemos a centenares de miles de personas que huyeron del infierno y encontraron un purgatorio igual o peor, cuando no la muerte. Y Europa sólo parece preocupada de levantar verjas, de metal o políticas, y que nada altere su cómoda seguridad.

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