Ahora, que podemos contemplar la
crisis con una cierta perspectiva, cabe poner en duda, con más que sobrada
justificación, la efectividad, incluso la cordura, de buena parte de las
medidas que nuestros dirigentes han adoptado y siguen adoptando para luchar
contra ella, y plantearse si no hemos puesto un arma cargada en manos de un
mono borracho.
Olvidemos cuanto nos han dicho sobre
la crisis políticos y expertos, y analicemos los hechos desnudos. En primer
lugar, cabe colegir que no nos enfrentamos a una crisis, sino a dos.
La primera, que tuvo su auge a
mediados de 2008 y de la cual aún no nos hemos recuperado, se ocasionó cuando,
tras la caída de Lehman Brothers, se destapó la existencia de activos tóxicos y
se puso en cuestión la salud del conjunto del sistema financiero. La postura de
los gobiernos occidentales consistió en la inyección masiva de capital a los
bancos, que, por su parte, se dedicaron a recortar brutalmente y sin medida el
crédito a particulares y empresas, con la consecuencia de que muchos negocios
pequeños y solventes, que habían funcionado sin problemas durante décadas,
tuvieron que cerrar debido a que se les cancelaba el crédito sin aviso ni
justificación en un país en el que los pagos se realizan como poco a 120 días.
La segunda oleada, que se inició en el
2010 si bien hemos contemplado en toda su potencia en 2011, se desencadenó
cuando el ente que se denomina en abstracto “los mercados” comenzó a desconfiar
de la solvencia de la deuda pública europea, y Merkel dictaminó que la solución
era combatir el déficit sea como fuere.
Es cierto que hasta el momento
habíamos padecido una administración manirrota, múltiples en el caso de España,
si bien cabe poner en tela de juicio si estos recortes improvisados y arbitrarios
son la solución, en particular cuando se constatan las consecuencias: miles de
interinos engrosando las listas del paro y una administración que se ha
convertido en el peor moroso del país, causando que miles de empresas, ahora de
una envergadura mayor, se vean forzadas a cerrar o reducir drásticamente sus
plantillas a causa de los impagos de ayuntamientos y comunidades autónomas.
Como corolario, debe cuestionarse si
los responsables de dirigir la economía poseen alguna noción de cómo hacerlo,
incluso la mera posibilidad de actuar sobre una entidad cuyas dimensiones y
naturaleza escapan a su compresión y habilidades, y, para qué negarlo, cada vez
parece más claro que estos supuestos expertos no son sino un lamentable hatajo
de hechiceros que se han limitado a bailar la danza de la lluvia cada vez que
veían nubarrones negros en el cielo, pero sin ninguna capacidad real para provocar
la lluvia por sus propios medios cuando se tiene necesidad de ella.
3 comentarios:
y algunos hablan ya como gobernantes,y que razón tienes
A partir de ahora ya no tendremos hechiceros, sino nigromantes: verás lo que va a ser tratar de resucitar a los muertos...
:-)
Jesús:
Lo malo no es lo que digan sino lo que hagan.
Javier:
Magnífico símil: se nota el oficio con la pluma (literaria).
Saludos a todos.
Publicar un comentario