Señores, excelencias, reverendísimos o como quiera que haya que llamarles.
Oigan, que soy la Luci. Sí, la
señora de la limpieza, esa misma. Que sólo quería decirles que el lío eso de
los EREs fue cosa mía, por eso no es de extrañar que ni Don Manuel, ni Don Jose
Antonio ni Doña Magdalena sepan nada sobre el asunto.
El caso es que todos los días pasaba la mopa y el plumero por ahí, y esos
papeles parecían que me estaban llamando. Fíjense, que barbaridad de millones
de Euros, que en pesetas ya no sé ni echar la cuenta, y con toda la gente
necesitada que hay por esos mundos de Dios. Total, que una, que no tiene el
corazón de piedra, no pudo resistirse a echarle una manita a mi primo José Luis, que el pobre lo estaba pasando muy malamente.
Ocurrió que, aunque me prometió que no iba a soltar prenda, todos saben lo
que se le calienta la boca a mi primo cuando se toma tres rebujitos, y el rumor
comenzó circular, y primero fue un cuñado, luego un vecino, después un sobrino,
y nada, que la cosa se me fue de las manos.
Así que ya saben señores comisionados, o lo que sean: no se muestren demasiado severos con ellos, que
la culpa no fue suya.
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