A lo largo de los últimos meses, he recibido media docena de veces un
correo electrónico alumbrado (nunca mejor dicho) por un iluminado, encabezado
por el sugerente título: “Es tan fácil y
a la vez tan difícil”. El texto de marras propone lo que en él se denomina “proteccionismo
a lo bestia” (cuando en realidad debiera llamarse proteccionismo de andar por casa
o de todo a cien) y que consiste en que todos los españoles, durante tres
meses, dejemos de consumir productos procedentes del extranjero. El avezado
economista de salón asegura que, con esta medida (copio textualmente), “se iniciaría un proceso de reactivación
espectacular de nuestra economía, crecería el empleo, recaudaríamos impuestos y
podríamos saldar definitivamente la deuda que nos está hundiendo”.
Por supuesto, el aspirante a salvapatrias no ha caído en la cuenta de que
todos los hidrocarburos y buena parte de la electricidad que consumimos son
importados, así que absténganse de usar el vehículo y el transporte público,
así como de encender la luz o
poner la calefacción. También son foráneos los ordenadores, móviles y demás
productos electrónicos, por lo que deberemos volver al ábaco y las señales de
humo.
La lista es larguísima y podría seguirse ilustrando con ejemplos hasta el
infinito, si bien el supuesto desfacedor de entuertos tampoco se ha percatado de
que los países afectados por nuestras medidas proteccionistas actuarían en consecuencia,
boicoteando los productos españoles (recuerden lo que ocurrió hace unos años
con el cava catalán), y a ver entonces qué haremos con nuestros pepinos, pimientos
y con nuestros coches, que se exportan en una importante proporción, por no
hablar del turismo.
No hace falta ser un Nobel de economía para saber que autarquía es uno de
los sinónimos de ruina y miseria, y ya los antiguos fenicios eran conscientes
de que el comercio exterior es una de las claves de la prosperidad de un
pueblo, por lo que resulta epatante que teorías como la citada rebroten una y
otra vez.
En todo caso, lo que más llama la atención no es que un cantamañanas
pergeñe esta disparatada y pueril solución para la maltrecha economía patria,
sino que tanta gente la dé por buena y la mantenga circulando por la red. Este
hecho prueba que buena parte de la población, cuando se la saca de su ámbito
laboral cotidiano, es incapaz de distinguir una idea genial de un dislate
absoluto, circunstancia de la que se aprovechan los políticos para perpetrar
los mayores desmanes y seguir obteniendo el voto de los damnificados.
Cuando la ciudadanía se encuentra desesperada, como ocurrió en la Alemania
de los años treinta, es capaz de aferrarse a cualquier teoría que disienta de
la oficial como a un clavo ardiendo, y todos sabemos las funestas consecuencias
que esto puede acarrear.
La pasada semana los noticiarios proclamaban, como una estadística más,
el terrible dato de que el 40% de los niños españoles se encontraban por debajo
del umbral de la pobreza y el 14% del de la pobreza absoluta. Por desgracia, el
número de personas desesperadas comienza a ser preocupante, y sólo falta algún
demente que sepa catalizar toda esta impotencia.
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