Cuando
la justicia se mofa de su propio nombre, se hace un flaco favor a sí misma. Si
el ciudadano percibe que la justicia no sólo no es universal, si no que ya no
es ni siquiera justa, se desmorona el principal pilar en el que se apoya el
estado de derecho: el principio de que los ciudadanos estamos sujetos a las
mismas obligaciones y responsabilidades.
El
sentido del indulto dentro del estado de derecho es hacer valer la justicia
aplicando el espíritu de la ley allí donde la letra de la misma impide llegar. Cuando
lo que se hace es ciscarse en la letra de la ley, en su espíritu y en la madre
que las trujo, se incurre en una conducta tan abyecta para la que ni siquiera
soy capaz de encontrar nombre.
De
ningún modo se puede perdonar lo que parece haber sido un intento
de suicidio con absoluto desprecio a las vidas que pudiera llevarse por
delante en el mismo. La pobre excusa de que “no recuerda nada”, una evidente
consigna de abogado poco ingenioso, resulta tan indignante que sólo por ella
hubiera debido denegarse el indulto.
Si
además en el escándalo se vislumbra la sospecha de que se ha tratado con
favoritismo al encausado por estar involucrado un familiar del ministro del
gremio, los niveles de infamia se elevan exponencialmente.
Las
pobres
escusas de la vicepresidenta, prometiendo que “el gobierno se mostrará
mucho más riguroso si cabe” en el futuro huelen tanto a mierda que uno no
entiende como pudo pronunciarlas sin vomitar. Y lo peor de todo, el precio en
que se ha tasado la vida de un pobre muchacho de veinticinco años: seis euros al
día, más o menos lo que se gasta un fumador empedernido en tabaco.
1 comentario:
Desgraciadamente hace mucho tiempo que dejé de creer en la Justicia.
Los últimos indultos concedidos por el gobierno avergonzarían a cualquier gobierno de un país tercermundista.
Saludos
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