La pasada semana, de
compras en una gran superficie, me topé con un libro cuyo título me llamó la
atención. La reseña de la contraportada hizo que se me acelerase el pulso, pues
el argumento era más que notablemente parecido al de mi última novela. La
semblanza del autor, que me resultaba desconocido, postulaba que era español.
Pero las coincidencias no acababan ahí, sino que el libro, una novela
histórica, arrancaba con una escena muy similar a la del mío, protagonizada por
un personaje real poco popular, e incluía la reproducción del mismo documento
histórico.
Mi libro ha pasado ya por
un certamen, y participa en otro ¿Era posible que el autor fuera uno de los
lectores de preselección que se hubiera apropiado de mi idea?
No pude resistirme a
comprar el libro. Más tranquilo, en el hotel, pude comprobar en el copyright
que el libro era varios años anterior al mío. Ahora, que he leído dos terceras
partes, he verificado que las diferencias son notables.
Aun así, yo pensaba haber
escrito una novela muy original y con una nueva perspectiva, y me encuentro con
esto, prueba irrefutable de lo complicado que resulta tener una idea novedosa y
la verdad que encerraban las palabras de Baroja cuando afirmó: “Lo que no es
autobiografía es plagio”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario