Si
esta era la conclusión inevitable, resulta imposible comprender por qué se ha
demorado tanto. Por qué obligarse a sí mismo y a su partido a soportar el
escarnio de que su nombre fuera traído a colación cada vez que se hablaba de
corrupción o inmoralidades como ese inevitable “y tú más”. Por qué convertirse
en el centro de atención de la prensa e inspiración de maledicencias de toda
clase.
Siempre
sospeché que Camps había sido más estúpido que corrupto. Por aceptar dos
docenas de trajes (¿puede alguien necesitar tantos trajes?) de un tipo como Bigotes, esas prendas contumaces que no
se ha podido quitar de encima durante casi tres años, pero mucho más por
encargárselos a ese sastre con nombre de torero y vocación lírica que le ha
cortado muchos más trajes figurados que literales, y que parecía estar buscando
en todo momento las cámaras para ponerse
a cantar como un canario flauta.
Le
ha hecho mucho daño Camps a su partido, y no sólo porque su nombre haya sido
sinónimo de corrupción durante veintiocho meses, sino porque su caso ha probado
la verdadera talla de estadista de Rajoy, un tipo cuya estrategia principal es
la inacción y aguardar que los problemas se resuelvan solos.
3 comentarios:
Comparto tu acertado análisis sobre el caso Camps y sobre el papel del pusilánime e inactivo Rajoy. La política española quema...
Un abrazo
Amén maestro.
Lo malo es que nos quieren convencer que lo han hecho bien y que se ha sacrificado por el bien de todo el mundo; menos por él: ¡un carajo!
Un abrazo
Martha:
Más que quemar, apesta.
Rafa:
Como se dice en mi tierra: "Tanta dicha lleves, como paz dejas".
Saludos.
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