No
seré yo quien desmienta que Amy Martin era en realidad la esposa de Carlos Mulas,
pues es bien conocido que el trabajo provoca urticaria y anafilaxis en los medradores seculares y
cazadores de cholletes.
En
todo caso, este escándalo ejemplifica a la perfección el modelo de clientela y
pesebrismo que pudre cualquier cosa que permanezca a menos de diez leguas de un
político.
Los
tres mil euracos de vellón que se embolsaba Mulas, o su mujer, por estos artículos
soporíferos, fieros competidores de la valeriana y la dormidina, constituyen el
protoparadigma de la corrupción de segundo grado en la que se ceban las manos
derechas y allegados a los mandarines oficiales de los partidos, esos rostros
sin nombre pero con bolsillo insaciable, como los de Harpo, que le valen al oficio de político el
mal nombre que se ha ganado.
En
estos manejos, cargos cosméticos, asesorías innecesarias e informes que nunca llegan a ver la luz,
se entierran millones de euros de dinero de todos para mayor provecho y engrase
de la maquinaria que mueve a los partidos. Admito que estos casos son menos
vistosos que las amnistiadas cuentas suizas de Bárcenas, incluso menos mal
vistos, si bien, mientras persistan, ningún político tiene derecho a quejarse
por la mala fama de su casta.
2 comentarios:
Donde quiera que se rasque se hace sangre Juan Carlos, es tanta la mierda que resulta difícil eludirla.
Me da gusto el reencuentro y, aunque habitualmente pasaba por aquí, empiezo de nuevo a comentar y publicar en mi blog.
Gracias por tus visitas y comentarios.
Saludos.
P.S. En el tiempo que he tenido sin actividad el blog se pararon un par de comentarios tuyos por moderación, aunque no la tengo activada, ya los publiqué.
Gracias de nuevo.
Bienhayado, Rafa.
Yo también he estado un par de meses ausente, así que no soy quien para quejarme de nada.
Saludos.
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