Admito que no se le puede
pedir racionalidad a una doctrina política que se basa únicamente en los sentimientos
más primarios y atávicos: el egoísmo y la noción de pertenencia a la tribu,
pero alguna de las contradicciones que exhiben sin pudor alguno los
nacionalistas sobrepasan con mucho la barrera del ridículo.
A guisa de ejemplo, esta
mañana veía en los informativos imágenes de un mitin ce CiU en el que los
incondicionales del grupo (¿asiste a los mítines de cualquier partido alguien
que no sea incondicional, cuando no deudo, del partido en cuestión?) ondeaban
casi tantas banderas europeas como catalanas.
No se concibe nada más
absurdo que, cuando la unión europea consiste en renunciar a fronteras y
soberanía nacional en favor de una entidad supranacional europea, tratar de conciliar
este espíritu con el provincianismo y la apología de los reinos de taifas que
supone el separatismo.
Semejante estupidez es
equivalente a que un perro se defina como vertebrado, pero arda en ira e
indignación ante la mera mención del orden de los mamíferos. En resumen:
europeos sí, españoles no.
A todo esto, Mas, el
aprendiz de brujo de turno, se siente despavorido ante la legión de escobas
animadas (o golems independentistas) que acaba de crear y que, incontroladas e ingratas,
parecen decididas a votar en masa a ERC, otros separatistas de una añada no tan
reciente como la suya. Él, que ha organizado todo este jaleo para desviar la atención
de la pésima gestión de la crisis que ha realizado y salir relegido es posible
que incluso no consiga siquiera la mayoría precisa para gobernar.
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