No
hacía falta ser adivino para anticipar los resultados de las elecciones
catalanas, bastaba con leer los sondeos.
Nadie,
que no fuera un completo ingenuo, podía pensar que lo que estaba en liza en
estos comicios era la independencia de Cataluña, sino la mayoría absoluta del
Sr. Mas, propósito que no sólo no ha alcanzado, sino del que se ha alejado muy
notablemente.
Pensaba
Mas hacer una jugada maestra calzándose el disfraz separatista y echándose al
monte del nacionalismo radical, pero los simpatizantes de esta tendencia han
sospechado de este repentino impulso montaraz y han preferido confiarle su voto a
ERC, unos furtivos más fiables, al menos en esta condición.
No
se creía el votante ésta súbita e inaudita ansia del Sr Más por separarse de España,
y más bien sospechaba que, en cuanto se viera afianzado en el cargo, iba a
renunciar a ella a la primera excusa.
No
es sencillo el dilema al que se enfrenta ahora: o bien pacta con los
socialistas y reconoce que todo lo dicho no era más que una farsa, o bien pacta
con ERC, que no se va a conformar con paños tibios.
Lo
que resulta evidente es que el Sr. Más tiene lo que se merece: una bomba de relojería,
y probablemente el elector catalán
también: un parlamento balcánico, radical y atomizado.
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