Publica
el país una encuesta
en la que se pronostica un empate virtual entre PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos.
Incluso filtrando los datos con el tamiz del seguro sesgo que han aplicado al
sondeo, los resultados son preocupantes, no porque un servidor sea un ferviente
defensor del bipartidismo, más bien al contrario, sino por quiénes son los dos
que acompañan a los de siempre.
A
pesar de sus comienzos y de su programa, voluble como el tiempo en Marzo, nadie
sabe lo que podría hacer el partido de Pablo Iglesias; si tiene intención de
poner en marcha su particular revolución bolivariana, hippie y cañí, o, lo que
se antoja más probable, una vez satisfecha su evidente por más que inconfesable
ambición de ser califa en lugar del califa, sea capaz de hacer todo lo
contrario de lo que prometió a sus electores, incluso de asesinar con sus
propias manos a su abuela y a todos sus sobrinitos, con tal de aferrarse al
cargo.
En
cuanto al partido de Rivera, cuyo líder me inspira confianza y simpatía, le auguro
que va a resultar víctima de su propio éxito. Al ser un partido levantado en dos
días de la nada, como por arte de ensalmo, y al albur de las grandes expectativas
de resultados, va a convertirse en el imán que atraiga a todos los tragapanes y tumbaollas
sin oficio ni beneficio, dispuestos buscarse el porvenir medrando en política.
Y no es una mera deducción del raciocinio, que también, sino que ya me han
llegado noticias de lo que están haciendo los del partido naranja en algunas
localidades.
En
definitiva, nos aguarda un parlamento balcanizado, en el que parece poco
probable que los grandes partidos pacten entre ellos, al mejor estilo alemán, y
del resto de parejas de baile mejor no hablar.
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