Zapatero, en su calidad de mesías
laico, siempre gustó de rodearse de menesterosos y desarrapados, de lo más
exótico y menos recomendable que hubiera entre los dirigentes internacionales: dejad
que los pobres se acerquen a mí.
También, si algo lo caracterizó como presidente, fue su política de la ocurrencia, ese buenismo voluntarista e
irreflexivo que tantos desastres nos acarreó (ya en 2011 lo calificábamos aquí
como el mandatario más dañino para el país de la historia de la democracia).
Por eso, alguien, aunque sea su esposa
Sonsoles, debiera decirle que deje la política para los que están en activo y
se dedique, como un jubilado más, por muy de lujo que sea, a cultivar un huerto, a
buscar a los nietos al cole o a escribir sus memorias.
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