No deja de
encerrar su gracia macabra el hecho de que se llame paraísos a los lugares
donde se parapeta el dinero de quienes, conforme a la doctrina cristiana,
deberían ir de patitas al infierno.
También
supone una cierta justicia universal que estos lugares aúnen, demostrando
que pertenecen a la misma calaña, a quienes roban a punta de Kalashnikov,
a los que lo hacen desde cargo público y armados de comisiones ilegales, y a
los que atracan con comisiones abusivas a sus clientes y con sueldos de miseria
a sus empleados. No existe dinero limpio en los paraísos fiscales, esta
afirmación es una tautología,
No tiene
sentido alguno que en pleno siglo XXI sigan existiendo estas Islas Tortugas, refugio y
vivero de malhechores de todo pelaje, así como quebranto para el resto de
países, que sufren la merma en sus tributos de todo el dinero que se va a estas
cuevas de ladrones.
El resto
de países debería condenar a estos enclaves de delincuentes con corbata al
ostracismo y la autarquía hasta terminar con ellos, y el hecho de que no se
haya hecho hace tiempo sólo puede obedecer a que muchos de quienes tienen
el poder en sus manos disfrutan también de una cuenta numerada, no lo duden.
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