Si
hace unos días hablábamos de la morosidad pública como uno de los principales
vectores de destrucción de empleo, es inevitable reconocer que el otro factor
de involución social y una de las mayores lacras que sufre nuestra economía es
el sistema bancario.
Y
no es que un servidor se haya convertido de la noche a la mañana en un
antisistema o un anarquista. De hecho, opino que la labor de la banca como
intermediario entre el capital o el ahorro y la inversión y producción, siempre
necesitadas de crédito, es vital. El problema radica en que, desde el año 2008,
cada vez la desempeña menos y se está transformando en un nocivo parásito.
El
sistema bancario se ha convertido en un agujero negro insaciable, que engulle
cuanta ayuda pública se pone a su alcance. Todos los bancos, en mayor o menor
medida, sufren un grave problema de base, que consiste en que sus balances
están falseados por una valoración falsa e inflada del patrimonio inmobiliario
acumulado y que sigue creciendo. En lugar de reconocerlo y presentar unos
resultados reales, todas las entidades se dedican a un desesperado tuneo financiero y a mover partidas de
un lado a otro para tapar el agujero, con la consecuencia de no hay un euro en
la calle para particulares y empresas.
Por
si fuera poco, el banco central europeo, por mantener la imagen y no prestar
ayuda directa a los países con problemas para colocar su deuda (léase el
nuestro), está permitiendo que los bancos hagan el negocio del siglo recibiendo
dinero del BCE al 1% que luego invierten en comprar deuda al 5%, un auténtico
disparate, se mire por donde se mire, con lo sencillo que resultaría que el BCE
le prestara directamente a los gobiernos, por ejemplo a un 2%, y todas las
partes, salvo los bancos, saliesen beneficiadas.
Existe
un mito que afirma que no se puede dejar caer a la banca: los hechos lo han
desmentido en Estados Unidos. También hemos comprobado que salvar a cada banco
redunda en que se hundan miles de pymes, y, antes de haberles prestado un solo
euro, debiéramos haber permitido que cayesen los bancos que fuera preciso y
obligar al resto a cuadrar sus cuentas. Ahora, después de haberles facilitado
unas cifras cuya mera pronunciación marea al más pintado, quizás sea demasiado
tarde, aunque parece inevitable impedir que sigan campando por sus respetos en
perjuicio de todos.
1 comentario:
A los poderosos no les gusta nadie, son ellos los que tienen que gustarle al resto del mundo (por la cuenta que les trae).
Salud.
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