No
ocurre nada porque los sindicatos, los mismos que demostraron cómplice aquiescencia
con la negligente política de ZP a lo largo de dos legislaturas, salgan a la
calle. Admito que no les faltan razones para ello y, aunque no comparto buena
parte de sus argumentos, reconozco que esta postura es coherente con lo que se
espera de ellos.
También
parece evidente que el PSOE ha abandonado la oposición parlamentaria en favor
de esa arma subterránea y de doble filo que es la agitación callejera. En Barcelona,
coches y contenedores calcinados dan fe de la catadura de alguno de estos
protestantes “pacíficos”.
Tampoco
sucede nada porque la fecha elegida sea el 11-M, una jornada marcada por la
infamia en la memoria colectiva, pero lo máximo que podría achacárseles por
este particular es una cierta falta de tacto.
Lo
que es absolutamente intolerable es que un representante sindical exhiba la
inefable desfachatez de afirmar que van a convertir la manifestación en un
homenaje a las víctimas. No es de extrañar que Ángeles Domínguez, la presidenta
de la asociación de ayuda a las víctimas, se indigne ante tamaña desvergüenza.
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