El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

miércoles, 30 de enero de 2013

El ventilador



Diego Torres, el socio del duque empalmado, se ha empeñado en actuar como un inmenso ventilador que rocía mierda a todo quien se ponga a su alcance; el último en disfrutar de este privilegio ha sido García-Revenga, secretario de las infantas. Cabía esperar que el resto de imputados, de alto abolengo, iba a tratar de hacerse el tonto y volcar toda la responsabilidad en él, que, con loable previsión, ha tenido buen cuidado de ir acumulando carnaza que arrojar al instructor.
Pero la mierda no se restringe a la casa real, sino que tenemos al ex tesorero del partido en el gobierno imputado e indultando millones de euros que Montoro no es capaz de encontrar, ayuntamientos enteros comprados por la mafia rusa y periodistas virtuales con retribuciones de ensueño. Tenemos tonadilleras y abnegadas ex esposas que veían llegar a un alcalde con bolas de basura repletas de billetes de quinientos y tienen la desfachatez de decirle al juez que no vieron nada extraño en ello.
Tenemos un país hundido en la miseria, en el que los de siempre se han pegado el festín del siglo y no han dejado otra cosa que mierda, eso sí, para repartir a carretadas.

lunes, 28 de enero de 2013

Una vida, seis euros


Cuando la justicia se mofa de su propio nombre, se hace un flaco favor a sí misma. Si el ciudadano percibe que la justicia no sólo no es universal, si no que ya no es ni siquiera justa, se desmorona el principal pilar en el que se apoya el estado de derecho: el principio de que los ciudadanos estamos sujetos a las mismas obligaciones y responsabilidades.
El sentido del indulto dentro del estado de derecho es hacer valer la justicia aplicando el espíritu de la ley allí donde la letra de la misma impide llegar. Cuando lo que se hace es ciscarse en la letra de la ley, en su espíritu y en la madre que las trujo, se incurre en una conducta tan abyecta para la que ni siquiera soy capaz de encontrar nombre.
De ningún modo se puede perdonar lo que parece haber sido un intento de suicidio con absoluto desprecio a las vidas que pudiera llevarse por delante en el mismo. La pobre excusa de que “no recuerda nada”, una evidente consigna de abogado poco ingenioso, resulta tan indignante que sólo por ella hubiera debido denegarse el indulto.
Si además en el escándalo se vislumbra la sospecha de que se ha tratado con favoritismo al encausado por estar involucrado un familiar del ministro del gremio, los niveles de infamia se elevan exponencialmente.
Las pobres escusas de la vicepresidenta, prometiendo que “el gobierno se mostrará mucho más riguroso si cabe” en el futuro huelen tanto a mierda que uno no entiende como pudo pronunciarlas sin vomitar. Y lo peor de todo, el precio en que se ha tasado la vida de un pobre muchacho de veinticinco años: seis euros al día, más o menos lo que se gasta un fumador empedernido en tabaco.

viernes, 25 de enero de 2013

Quiero ser Amy Martin


No seré yo quien desmienta que Amy Martin era en realidad la esposa de Carlos Mulas, pues es bien conocido que el trabajo provoca urticaria  y anafilaxis en los medradores seculares y cazadores de cholletes.
En todo caso, este escándalo ejemplifica a la perfección el modelo de clientela y pesebrismo que pudre cualquier cosa que permanezca a menos de diez leguas de un político.
Los tres mil euracos de vellón que se embolsaba Mulas, o su mujer, por estos artículos soporíferos, fieros competidores de la valeriana y la dormidina, constituyen el protoparadigma de la corrupción de segundo grado en la que se ceban las manos derechas y allegados a los mandarines oficiales de los partidos, esos rostros sin nombre pero con bolsillo insaciable, como los de Harpo, que le valen al oficio de político el mal nombre que se ha ganado.
En estos manejos, cargos cosméticos, asesorías innecesarias e informes que nunca llegan a ver la luz, se entierran millones de euros de dinero de todos para mayor provecho y engrase de la maquinaria que mueve a los partidos. Admito que estos casos son menos vistosos que las amnistiadas cuentas suizas de Bárcenas, incluso menos mal vistos, si bien, mientras persistan, ningún político tiene derecho a quejarse por la mala fama de su casta.



sábado, 19 de enero de 2013

¿Qué pasó con la crisis?


Supongo que debemos recurrir a ese viejo paradigma que postulaba que si un perro muerde a su amo no es noticia, si ocurre al contrario sí. Se diría que, por fuerza de hartazgo y repetición, la crisis parece haber desaparecido de los medios, o al menos ha sido relegada a unas cuantas pinceladas en la crónica social.
Nuestra prima de riesgo lleva tiempo estancada en unos niveles que, años atrás, hubieran bastado para forzar el rescate de cualquier país, y vivimos la mayor tragedia social que un servidor alcanza a recordar, si bien da la impresión de que nos  hemos cansado de hablar de la crisis, o la hemos asumido como algo inevitable y contra lo que no se puede luchar, como los hielos de enero  o la canícula de agosto, apenas tratar de sobrellevar del mejor modo posible.
En su lugar, no dejamos de oír hablar de corrupción y cuentas en Suiza, de Bárcenas y Puyoles, y de veras se antoja que el país entero se va al carajo, unos ahogados en oro, otros en mierda, y buena parte de los políticos en ambas.
Parece que hayamos asumido la crisis como un feroz temporal, ante el cuál poco más se puede hacer que refugiarse hasta que escampe, ignorando el hecho primordial de que la crisis no va a pasar, sino que tenemos que salir de ella.
Lo malo es que las llaves de la celda las tiene la señora Merkel.