El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

miércoles, 17 de agosto de 2011

¿A la tercera va la vencida?

Interrumpo mis vacaciones de feliz incomunicación en Aveinte (sin internet y casi sin televisión) para realizar unas gestiones en Madrid y descubro que, por tercer año consecutivo, soy finalista del certamen internacional Martín Gaite que, en esta edición, ha contado con más de mil concurrentes.


A pesar de que lo más probable es que me quede en mero finalista, como en las dos ocasiones anteriores, siempre se agradecen estos estímulos que te indican que, después de todo, no se hacen las cosas tan mal, en especial este año, en el que apenas he concursado.

jueves, 11 de agosto de 2011

¿Cuánto pesa el alma?


A un servidor le deleita la historia de la ciencia y ha leído muchos volúmenes al respecto; en particular, recuerdo con especial cariño el memorable y antológico “Biografía de la física”, escrito por George Gamow, el padre de la teoría del “big bang” y uno de los mejores divulgadores que he tenido el placer de leer.

A pesar de esto, el libro de Len Fisher no es uno más de tantos, ya que, en lugar de realizar una aproximación convencional, anecdótica o sistemática, centra su visión en esos pasos dubitativos, erráticos y a menudo infructuosos que caracterizan a la historia de la ciencia, en vez de en los grandes logros que todos conocemos.

Además, el autor tiene una prosa fácil y, sin formular expresamente teorías, le lleva al lector a quitarse de la cabeza la idea preformada que asimila a  la ciencia en general con las ciencias exactas,  al constatar cómo la comunidad científica ha dado por buenos, durante décadas enteras, los errores más disparatados. En definitiva, a relativizar las verdades científicas, que a menudo asumimos como dogmas de fe y, en ocasiones, no son más que falsedades institucionalizadas.

Revolución NINI


Arde Londres, e Inglaterra entera la imita, con una violencia ciega e irracional. Cunde el despropósito entre los antaño flemáticos británicos, y las fuerzas del orden son incapaces de contenerlo, pero lo que causa más pasmo es que quienes protagonizan esta revuelta no son parados de larga duración ni padres desesperados, sino esa generación cuyo paradigma era la indolencia y la inacción.

Muchachos imberbes, que desconocen el significado de la palabra responsabilidad, sumen a un país entero en el caos, y demuestran, con dolorosa contundencia, las consecuencias de padecer una generación que no sabe lo que es la educación, el esfuerzo o la disciplina, de disfrutar de una PSP en lugar del atento cuidado de los padres.

jueves, 4 de agosto de 2011

La práctica del relato


Aunque tampoco he leído demasiados manuales de escritura creativa, sin duda alguna este volumen, de Ángel Zapata, es el mejor de ellos, no porque exponga ideas o conceptos que no incluya el resto, sino porque lo hace de un modo ameno y claro. El autor, en lugar de limitarse a enumerar una serie de normas estilísticas, obliga al lector a llegar a ellas mediante el análisis y el razonamiento, herramientas más propias de un científico o un filósofo que de un escritor.

Me ha resultado especialmente amena la primera mitad, los capítulos referentes  a la naturalidad y visibilidad, por ser los más tangibles y evidentes. En el resto, aunque reconozco que aborda unos temas con los que resulta más complicado lidiar, quizá se extiende demasiado y la lectura no resulta tan grata, si bien igualmente útil.

Por si alguien quiere hacerse una idea antes de comprarlo, puede leerse una muestra en Google Books.

lunes, 1 de agosto de 2011

Por fin, ZP


Aunque ya habíamos vaticinado que ZP no agotaría la legislatura, pronóstico que admito no entraña demasiado mérito, no puede evitarse resoplar con alivio al conocer el plazo exacto de esa condena en forma de presidente inepto, armado de buenos propósitos y desprovisto de todo lo preciso para llevarlos a cabo, que hemos padecido durante casi ocho años.

La etapa de Zapatero será recordada en los anales de la historia contemporánea como la de la presidencia cosmética, del gobierno superficial y vacuo donde lo único importante eran las apariencias.

Rubalcaba sabía de sobra que, cada vez que intervenía, el presidente le estaba restando votos, por lo que es de extrañar que le haya exigido que anuncie una fecha y se aparte a un lado, y la prueba es que no ha tardado en sacar pecho y proclamar que ahora es él quien manda en el partido. No en vano, es consciente de que no existe efecto Rubalcaba, mera cocina de los chefs del CIS, y sí un contundente efecto ZP, a quien los votantes no pueden ver ni en pintura. 

A la vez, uno contempla lo que ocurre en Estados Unidos, y no puede reprimir la más insana de las envidias al comprobar cómo los dos grandes partidos son capaces de acordar a un pacto de estado a diez años para sacar al país de la crisis, máxime cuando se sabe a ciencia cierta que, en el improbable caso de que los populares no obtuvieran mayoría absoluta, acabarían pactando con los nacionalistas, que venderían su voto a cambio de otro bocado más a este depauperado estado que ha sobrevivido, a duras penas, a dos legislaturas de talante y despropósitos.

Lo que resta por saber es si el gobierno entrante va a tener los arrestos precisos para hacer lo que hay que hacer: tapar el agujero autonómico, la verdadera causa de que el estado se esté yendo a pique, o se limitará a lo más fácil y repercutirá el coste de la crisis a los de siempre subiendo impuestos, aplicando el copago donde sea posible y recortando a empleados públicos y pensionistas.