El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

viernes, 31 de julio de 2015

¿Y tras la independencia qué?


Existe un sentimiento generalizado entre muchos catalanes de que Cataluña está pagando la sopa boba a media España, en concreto a Andalucía y Extremadura. Buena parte de los independentistas están convencidos de que al día siguiente (o al año o lustro siguiente) de la independencia, atarán a los perros con longanizas, si bien no se han parado a pensar en unas cuantas consecuencias evidentes e ineludibles de la independencia, a saber:
1.    Desde el minuto uno, se interrumpirá la libre circulación de personas y mercancías. Eso significará que el señor Joan, que tenía una fábrica de embutidos en Mollerusa y le vendía butifarras a un carnicero de Soria, no podrá hacerlo, y, en caso de que pueda, se verá gravado con unos aranceles que causarán que deje de ser competitivo, además de las trabas administrativas que surgirán al perder las homologaciones de las que disfrutaba al amparo de España. No hay que olvidar que el principal cliente de las industrias catalanas es el resto de la nación, y se verán en serias dificultades para vender  a España y la UE. Como efecto inmediato, se perderán miles de empleos y muchos más empeorarán sus condiciones.
2.    Como consecuencia del punto anterior, se producirá la deslocalización de infinidad de empresas. Muchas multinacionales, que tienen su sede en Cataluña, la desplazarán a otra región donde no sufran ese problema. Algunos empresarios, como Lara, del grupo planeta, también anunciaron su intención de deslocalizar sus empresas si se producía la independencia. Como efecto inmediato, se perderán miles de empleos más.
3.    El nuevo gobierno catalán, al carecer de fondos propios, se verá obligado a acuñar su propia moneda. Imaginemos que comienza con una paridad de 1 a 1 con el euro. Dado que los proveedores internacionales se negarán a admitir pagos en esa moneda, que no ofrece garantía alguna, la paridad irá bajando a ritmo vertiginoso, lo que a su vez ocasionará una inflación galopante. El señor Manel, que tras toda una vida de duro trabajo tenía acumulados unos miles de euros para su jubilación, verá como el valor real  de sus ahorros cae en picado y, al cabo de unos meses, apenas alcanzarán para pagar una cena. Como efecto inmediato, se producirá un empobrecimiento brutal y fulminante de toda la población.
4.    Como consecuencia de todo lo anterior, se producirá un desabastecimiento generalizado, primero de los productos importados, pero luego de todos en general. Comenzarán a formarse colas para adquirir productos de primera necesidad y el estado intervendrá a productores, almacenistas y comerciantes. Como efecto inmediato, Los catalanes se verán obligados a usar la cartilla de racionamiento, y sufrirán hambre y penurias como nunca han conocido.

Ahora van ustedes y se independizan.

martes, 21 de julio de 2015

El gran error de Rajoy

Resulta paradójico que un político que si por algo ha destacado es por su apego a la inacción, a esa política de dejar que las cosas se arreglen solas (o se pudran y se olviden), actué con tanta diligencia en algo que debiera abstenerse, si no actuar en sentido contrario.
Cualquiera sabe que el independentismo se alimenta de su represión, pues carece de otra razón que lo sustente. La cerrazón de Rajoy en oponerse al independentismo en los juzgados no tiene otro efecto que el de avivar su llama.
Hace tiempo que debiera haber sido él mismo quien convocase el referéndum de autodeterminación, a semejanza del de Quebec o el de Escocia, y dejar bien claro en la campaña cuáles serían los efectos inmediatos del sí.  Cuando uno vota algo de verdad y con todas sus consecuencias, en lugar de participar en otra charlotada más, suele pensarse el voto. Si lo hubiera hecho nada más llegar a la Moncloa, nos hubiera ahorrado estos tres años de hartazgo del “asunto catalán”. 
Espero que quien le suceda demuestre un poco más de sentido común. 

martes, 14 de julio de 2015

La ocurrencia al poder

Admito que, cuando salieron elegidas Carmena y Colau y una vez asumido lo inevitable, albergaba la vana ilusión de que no tuvieran nada que ver con la ambición insaciable Pablo Iglesias y se tratase de dos simples personas animadas con los mejores propósitos de trabajar en favor de sus vecinos.
Sin descartar del todo lo mis ingenuas aspiraciones, no se puede ignorar el irrefutable hecho de que tener al mando a un tonto bienintencionado, tal como demostró ZP, puede ser tan dañino para sus gobernados que haga bueno a cualquiera que le suceda.
Como decíamos ayer, al mejor estilo de Fray Luis, las alcaldesas de las mayores urbes de España parecen haberse puesto de acuerdo para gobernar a golpe de ocurrencia, como si el ejercicio de regir una urbe de millones de habitantes tuviese la misma trascendencia que elegir un nuevo estilismo de cara al verano.  Si lo mejor que pueden hacer por el gobierno de sus respectivas ciudades es poner tasas a los cajeros o congelar las licencias turísticas, además de buscar sendos cholletes para los familiares de turno, ya pueden ir dimitiendo cuanto antes, porque me causa pavor imaginar de qué serán capaces cuando se sientan seguras en el cargo.

Nos hemos creído que cualquiera puede gobernar una ciudad de cinco millones de habitantes, como si cualquiera pudiera dirigir una de las empresas del IBEX 35, y es posible que así sea, siempre que se limite a molestar e interferir lo menos posible y dejar hacer a los técnicos que tiene debajo; no obstante, si lo que se pretende es reinventar la pólvora a estas alturas, lo más probable es que acabemos todos chamuscados.

miércoles, 8 de julio de 2015

Pedir al BCE, pedir a Caritas

Un axioma que cualquiera puede asumir es que quien depende de la generosidad ajena para satisfacer sus necesidades elementales no está en condiciones de exigir nada, y hoy mismo Grecia depende de la línea de liquidez del BCE para poder sostener el corralito. Tan pronto la UE colme su paciencia y la cierre, los cajeros automáticos helenos dejarán de proporcionar su magro suministro a los ciudadanos en cuestión de días, no más de dos o tres, y en menos de un mes escasearán los productos básicos y las medicinas, igual que si el país acabase de emerger de un cataclismo o una guerra. Así de crítica es la situación del país.
Es por tanto comprensible que los socios de la unión, y no solo los más tronantes, sino muchos modestos, que han realizado grandes esfuerzos para mantener sus cuentas en orden, como Lituania o la propia España, estén molestos con la díscola actitud del ejecutivo griego.
Aparte de todo lo citado, el resultado de una votación en un país de once millones de habitantes tiene escaso peso en las decisiones de los representantes soberanos de quinientos. El referéndum griego, aparte de una pérdida de tiempo y un completo despropósito,  se antoja parte de las alharacas ceremoniales previas a la autoinmolación, que es lo que parece que  va a perpetrar el país heleno.
La reunión de ayer demostró que la paciencia del resto de miembros de la Unión está tocando a su fin, y Grecia tendrá dos opciones: plegarse a las exigencias de sus socios o saltar al abismo, y cada vez queda menos tiempo para bravuconadas tabernarias.