jueves, 28 de julio de 2011
Código best seller
miércoles, 27 de julio de 2011
Servidumbres del progreso
jueves, 21 de julio de 2011
Por fin, Camps
miércoles, 20 de julio de 2011
El agujero autonómico
La guerra de cifras y desmentidos entre el gobierno entrante y el saliente de Castilla la Mancha viene a confirmar lo que era un secreto a voces: el despilfarro demencial que supone el estado de las autonomías.
El caso de Castilla la Mancha resulta particularmente sangrante y paradigmático, pues, tratándose de una de las regiones más paupérrimas del estado, ha derrochado a puños llenos con su televisión autonómica y su caja de ahorros agujereada como ninguna, con sus obras faraónicas y perecederas, como el aeropuerto de Ciudad Real o el AVE Ciudad Real Albacete.
Esa forma de edificar un estado dentro de otro que suponen las autonomías, ese modo de multiplicar los parlamentarios, altos cargos y funcionarios, es un lujo que España no se puede permitir. Ya fue un error en su día, apenas por contentar a vascos y catalanes, pero hoy resulta sencillamente inasumible.
Cuando una familia atraviesa dificultades económicas, lo primero que elimina son los gastos superfluos y suntuarios, y lo mismo, en buena ley, debiera hacer el estado. Si resulta evidente, incluso para el más lerdo, que el tamaño supone la única forma de sobrevivir en una economía cada vez más globalizada y competitiva, no tiene sentido alguno fragmentar el estado y avanzar en la dirección contraria a la que indica la razón.
Para derramar más sangre, durante todos estos años los partidos nacionalistas han hecho de la lucha identitaria su razón de ser, su medio de robar votos a los partidos nacionales inoculando la falacia de que la independencia es la solución a todos los males, cuando en realidad sería su causa más segura e inmediata si llegara a producirse.
Tenemos un estado fraccionado e insostenible y unas cuentas que no cuadran. Tenemos millones de catalanes y vascos firme e ilusoriamente convencidos de que andaluces y extremeños viven a su costa. Tenemos, en definitiva, un problema de tres cojones, y a nadie que posea los idems precisos para abordarlo.