El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

jueves, 28 de julio de 2011

Código best seller

Admito que me aproximé al volumen de Sergio Vila-San Juan con tanta curiosidad como suspicacia: uno no puede deshacerse de los recelos ante la mera presencia de las palabras mágicas. No obstante, la primera parte del libro es interesante:un ensayo sobre la historia del libro de éxito, de sus claves y elementos constituyentes, si bien analítico y a posteriori, como no podía ser de otro modo. Muchos son los que desean dar con su fórmula y apenas unos pocos lo consiguen, y menos aún logran repetirla. También es cierto que son muchos los que imitan estas fórmulas, pobres trasuntos de los originales, producto de la voracidad editorial, tan cierto como que ninguno logra repetir el éxito de la obra emulada.

La segunda parte, una sucinta y fría semblanza de los principales best sellers de los últimos dos siglos, tipo “rincón delvago”, no está a la altura de la primera, si bien este es un libro que, en su conjunto, merece la pena leer.

miércoles, 27 de julio de 2011

Servidumbres del progreso


Es preciso permanecer unos cuantos días sin acceso a internet para comprobar que no sucede nada por dejar de consultar el correo electrónico, que se puede vivir unas horas dejando  abandonado esa suerte de apéndice artificial que es el teléfono móvil.
Conviene  disfrutar de unas jornadas, aunque sean apenas cuatro, en las que el tiempo pasa de ser un bien escaso, del que nunca se dispone bastante, a algo que debe matarse paseando por el camino de Muñoyerro o charlando en la plaza.
Y es necesario haber constatado lo anterior para plantearse si todos estos artefactos, paradigmas del mundo moderno, que acostumbramos a considerar imprescindibles, o tan comunes que ni siquiera nos cuestionamos su uso, de veras están a nuestra disposición o, en realidad, sucede al contrario; si somos beneficiarios del progreso o sufrimos sus daños colaterales.

Comprenderán, entonces, que me disculpe de nuevo por estas intermitencias estivales.

jueves, 21 de julio de 2011

Por fin, Camps


Si esta era la conclusión inevitable, resulta imposible comprender por qué se ha demorado tanto. Por qué obligarse a sí mismo y a su partido a soportar el escarnio de que su nombre fuera traído a colación cada vez que se hablaba de corrupción o inmoralidades como ese inevitable “y tú más”. Por qué convertirse en el centro de atención de la prensa e inspiración de maledicencias de toda clase.

Siempre sospeché que Camps había sido más estúpido que corrupto. Por aceptar dos docenas de trajes (¿puede alguien necesitar tantos trajes?) de un tipo como Bigotes, esas prendas contumaces que no se ha podido quitar de encima durante casi tres años, pero mucho más por encargárselos a ese sastre con nombre de torero y vocación lírica que le ha cortado muchos más trajes figurados que literales, y que parecía estar buscando en todo momento las cámaras para ponerse  a cantar como un canario flauta.

Le ha hecho mucho daño Camps a su partido, y no sólo porque su nombre haya sido sinónimo de corrupción durante veintiocho meses, sino porque su caso ha probado la verdadera talla de estadista de Rajoy, un tipo cuya estrategia principal es la inacción y aguardar que los problemas se resuelvan solos.

miércoles, 20 de julio de 2011

El agujero autonómico

La guerra de cifras y desmentidos entre el gobierno entrante y el saliente de Castilla la Mancha viene a confirmar lo que era un secreto a voces: el despilfarro demencial que supone el estado de las autonomías.

El caso de Castilla la Mancha resulta particularmente sangrante y paradigmático, pues, tratándose de una de las regiones más paupérrimas del estado, ha derrochado a puños llenos con su televisión autonómica y su caja de ahorros agujereada como ninguna, con sus obras faraónicas y perecederas, como el aeropuerto de Ciudad Real o el AVE Ciudad Real Albacete.

Esa forma de edificar un estado dentro de otro que suponen las autonomías, ese modo de multiplicar los parlamentarios, altos cargos y funcionarios, es un lujo que España no se puede permitir. Ya fue un error en su día, apenas por contentar a vascos y catalanes, pero hoy resulta sencillamente inasumible.

Cuando una familia atraviesa dificultades económicas, lo primero que elimina son los gastos superfluos y suntuarios, y lo mismo, en buena ley, debiera hacer el estado. Si resulta evidente, incluso para el más lerdo, que el tamaño supone la única forma de sobrevivir en una economía cada vez más globalizada y competitiva, no tiene sentido alguno fragmentar el estado y avanzar en la dirección contraria a la que indica la razón.

Para derramar más sangre, durante todos estos años los partidos nacionalistas han hecho de la lucha identitaria su razón de ser, su medio de robar votos a los partidos nacionales inoculando la falacia de que la independencia es la solución a todos los males, cuando en realidad sería su causa más segura e inmediata si llegara a producirse.

Tenemos un estado fraccionado e insostenible y unas cuentas que no cuadran. Tenemos millones de catalanes y vascos firme e ilusoriamente convencidos de que andaluces y extremeños viven a su costa. Tenemos, en definitiva, un problema de tres cojones, y a nadie que posea los idems precisos para abordarlo.

Columna publicada en El Soplón

martes, 19 de julio de 2011

Dos novelas breves


“Memorias de mis putas tristes” de G.G. Márquez, me ha servido para reconciliarme con el colombiano, a quien leí con profusión (y, sin duda, sin el debido rigor) cuando apenas abandonaba la adolescencia y del que quedé empachado. No es su obra maestra y ni siquiera le hace honor al título, pero aporta una versión fresca y original del amor en la vejez.

El viaje de Jonás”, de mi paisano J.L. Jiménez Lozano, no me ha resultado tan gratificante. A decir verdad, se me ha antojado un mero divertimento, con poca substancia, de quien se siente adulado por la crítica y desdeñado por el público, y, y sabe su publicación segura por subvencionada.

Y disculpen Uds. estas intermitencias estivales.

miércoles, 13 de julio de 2011

Me cisco en los mercados


Los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a hablar de los mercados como si fueran algo semejante a una fuerza de la naturaleza, un ente difuso y de voluntad caprichosa e indoblegable, cuando son algo muy diferente: un reducido puñado de individuos (cabrían todos en un autobús) que manejan los designios de los fondos de pensiones y de inversión, los más importantes compradores de deuda pública.
Estos tipejos se valen de unos modos más propios de corsarios y bandoleros (todo es lícito si aumenta mi beneficio) que de inversores y hombres de negocios respetables. La prueba es que no les ha temblado el pulso al enviar países enteros al precipicio, al causar la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo y acarrearles dolorosos recortes a decenas de millones de personas con tal de subir unos puntos el margen de rentabilidad de sus bonos.
También solemos considerar sus designios inapelables, casi como si se tratara de los mandatos del mismo Yavé, cuando en realidad sería bien sencillo aplicarles a los mercados una dosis de su propia medicina: bastaría con permitir la quiebra parcial de Grecia y que, como consecuencia de ello, estos especuladores constataran que, con sus turbias maquinaciones, en lugar de multiplicar el porcentaje de sus ganancias, sufren unas cuantiosas pérdidas.
Esto, y también publicar por doquier sus fotos junto a las de los delincuentes más buscados, que los millones de funcionarios y pensionistas que han visto recortados sus ingresos por su causa puedan poner caras a los causantes de sus males. Que los que pierden su empleo o ven embargado su patrimonio sepan quiénes son los responsables. Y, qué carajo, que no puedan actuar con impunidad y, a cada momento, teman ser reconocidos por una de sus víctimas.