El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

martes, 15 de diciembre de 2015

El debate lo ganaron los ausentes


En toda pelea callejera a vida o muerte, quien gana es el que no participa, bien lo sabía Rajoy cuando mandó a Soraya al debate a cuatro.
Me llevo la sensación de que Sánchez no lo había preparado convenientemente (no supo justificar el origen de ninguno de los datos que trató de blandir contra el todavía presidente), y pecó de ingenuidad pretendiendo que Rajoy, cual saco terrero, encajase sin pestañear cualquier golpe que se le antojase asestar. En su primera intervención, Sánchez debía haberle advertido a Rajoy que no basase toda su argumentación en compararse con el gobierno de Zapatero, al que el actual líder socialista no perteneció, y así hubiera desactivado su principal recurso dialéctico. Pasó de puntillas por lo que debía de haber constituido el punto fuerte de su discurso (que la recuperación económica del país ha obedecido más a factores externos que a la gestión del ejecutivo) y se empeñó en personalizar (y ahí la cagó sin paliativos) la corrupción sobre Rajoy, en lugar de insistir en su responsabilidad ineludible sobre los actos de demasiada gente  demasiado próxima a él.
Por su parte, Rajoy sacó partido de la bisoñez de su adversario y recurrió una y otra vez a lo único que podía emplear, el millón de empleos creado frente a los dos destruidos de la última legislatura de ZP, hasta el punto de llegar a aburrir.
Mientras tanto, Rivera e Iglesias frotándose las manos, testigos regocijados del espectáculo lamentable que contemplaban.

Por cierto, me sorprende, a la vista de todos los sondeos, que Rivera no base su campaña en insistir en que el verdadero voto útil del votante moderado es votarle a él: con un brevísimo porcentaje y en virtud de la ley d’Hont podría arrebatarle al PSOE un tercio de sus escaños, y con ello evitar que forme coalición con los radicales (o lo que sean) de Iglesias.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Suicidio político por entregas

Como si hubiera decidido añadir cada día una cucharada de arsénico al café (o, según la OMS, merendarse un par de hamburguesas). Tan estúpido y a la vez tan certero.
Prohibir aparcar en Madrid es condenar a la ciudad al caos, someter a sus habitantes a un martirio diario que los va a predisponer en su contra. Cada día que Carmena mantenga activada esta medida, su partido pierde miles de votos. Supongo que con quince o veinte bastará para que sólo se quede con aquellos incondicionales que agitan las redes sociales para mayor gloria del partido único (al menos de pensamiento único), ese mismo que quiere regular por ley las apariciones del presidente en los debates y, a poco que le vaya cogiendo el gustillo, acabará regulando las relaciones conyugales, esos seguidores contumaces que nunca han tenido coche (sólo el de papá) ni esperan tenerlo en breve.
Desde que llegó al consistorio de Madrid, lo único que ha hecho el equipo de Carmena es alumbrar ocurrencias, que en su inmensa mayoría quedaron en conato, pero a esta no le va hacer ninguna gracia al elector, no entiendo cómo el taimado e infame visir Iznogud  le permite seguir con este dislate justo cuando comienza la campaña electoral.

¿Han escuchado la voz de la oposición clamar contra esta medida? Por supuesto que no. Van a aguardar a que los madrileños bullan de ira, y lanzarlo como una bomba en la campaña.