El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

viernes, 30 de noviembre de 2007

Vuelta al planeta Tierra (sobre la ingenuidad y otros conceptos).

A pesar del fiasco del Planeta, uno estaba sinceramente convencido de que, tras un resultado tan meritorio y sorpresivo, los editores se iban a rifar mi novela. Animado de este modo, envié una decena de copias a las editoriales de más copete. El resultado fue descorazonador; una de ellas, me devolvió el ejemplar sin abrir, incluso las hojas conservaban la electricidad estática de la fotocopiadora. Con los agentes, padecí una suerte similar.

Cuando fui a Barcelona, me sentí como Neil Armstrong; ahora me imaginaba más parecido Aldrin: había puesto un pie en el Planeta, sin llegar a hollarlo.

El primer relato que escribí, (dándole de nuevo la razón a Auster) describe bastante bien estos tiempos. Ahora mismo, sigue concursando; cuando deje de hacerlo, lo colgaré.

martes, 27 de noviembre de 2007

El Planeta (cómo darse un batacazo cósmico)

Pues sí, señores, allí me presenté, como Paco Martínez Soria saliendo de la estación de Atocha con la maleta atada con una cuerda. Lo escribí nada más vivir la experiencia, consciente de que el tiempo suele teñir con un barniz de subjetividad los recuerdos. Aquí podéis consultar todos los detalles escabrosos.
http://relatosjcg.blogspot.com/2007/11/crnicas-de-un-planeta-lejano.html

viernes, 23 de noviembre de 2007

Cómo se gestó la criatura

Paul Auster, en Leviatán, pone en boca del protagonista las siguientes palabras: “Después de escuchar a Sachs en el bar, supuse que había escrito una primera novela convencional, uno de esos intentos apenas velados de novelar la historia de la propia vida”

¿Realmente es algo tan recurrente? Al parecer, debe ser así.

Sombras chinescas no es mi autobiografía, pero hay muchos aspectos, sobre todo lugares y situaciones, que le he tomado prestados a la experiencia. Incluso muchas de las expresiones del protagonista son propias, hasta el punto de que mi esposa decía, refiriéndose a algún pasaje del libro, que yo hacía esto o lo otro y, por más que le repetía que, aunque el libro estuviese narrado en primera persona, no se trataba de mí, sino de un personaje ficticio, incurría una y otra vez en la confusión.

El arranque de Sombras chinescas se basa en un hecho real, un suceso luctuoso relatado en una nota de prensa –que se cita literalmente– y que le costó la vida a una ciudadana belga. La gestación de la novela, recorrió una trayectoria paralela.

Admito ser un lector compulsivo, que ha consumido toda la literatura que cualquier escritor de prestigio jamás se atrevería a confesar que ha leído, a la par de mucha de la que figura en los estantes de las bibliotecas de más tronío, admitiendo padecer, entre medias, grandes agujeros negros. Por aquellos tiempos, el que suscribe sentía gran admiración por Pérez Reverte, especialmente por su habilidad para hilvanar historias de suspense a partir de supuestos atípicos, como la restauración de un viejo cuadro o un manuscrito perdido.

Aunque no quería imitarle en modo alguno, me plantee como meta construir una historia de suspense partiendo del protagonista –un hombre de múltiples oficios y perdedor nato, que en la época de los hechos se gana la vida como “negro” literario– y una historia real –la antes citada– que hallé por el sencillo método de rezar a San Google hasta que di con algo que me convino. Aunque esta era la intención, en principio buena, la historia fue evolucionando como si tuviese voluntad propia –algo que también debe ser común entre escritores primerizos– y aunque, hasta el final mismo de la novela, la intriga es el principal hilo conductor, la trama se desmanda por momentos, incluyendo escenas auténticamente esperpénticas, y tampoco está exenta de una cierta crítica costumbrista.

Muchos de los que la han leído, dicen que les recuerda a Eduardo Mendoza, especialmente a las novelas del protagonista sin nombre (el misterio de la cripta embrujada, el laberinto de las aceitunas y la aventura del tocador de señoras). Aunque debo admitir que existen ciertos paralelismos –el que no se sepa el nombre del protagonista y la historia narrada en primera persona, con un lenguaje un tanto barroco– en ningún momento traté de inspirarme en él, al menos conscientemente, y el citado lenguaje no se debe a otra cosa que la admiración que el autor siente por Quevedo y a la geométrica perfección de su prosa, semejante a formulación de teoremas a base de palabras.

El caso es que proseguí escribiendo la novela, fundamentalmente por demostrarme si era capaz de hacer tal cosa. Como cualquier escritor novato, al poner las tres letras mágicas, “FIN”, albergué el firme convencimiento de que había alumbrado una obra maestra, por lo que, sin dudarlo un instante, hice las copias reglamentarias y la envié a concursar al premio Planeta.

En otra entrega se lo cuento.

¡Por fin!

Permítanme que inicie mi blog incluyendo una cita –de mi propia cosecha, no voy a empezar haciendo publicidad a otro– que encabeza uno de mis primeros relatos.

Abre los ojos, escritor,
a la cruda realidad y contempla
la verdad de tu condición:
un esbozo de vanidad sobre lienzo de arena.


No es sencillo ser escritor, y no sólo por las dificultades que entraña el acto de pergeñar una historia e ir enlazando una palabra tras otra –que las tiene–. Con un panorama editorial absolutamente conservador y acomodaticio, el hecho de ser inédito y desconocido es un estigma que dificulta, hasta el borde de lo imposible, la posibilidad de romper el círculo vicioso.

Nuestra profesión –tiene gracia que la llame así, cuando apenas nadie puede vivir de ella– no es ajena a la vanidad, de hecho, es una parte consustancial de ella, por lo que, tan importante como el hecho de escribir en sí, es el hecho de saber que tu trabajo ha sido valorado y apreciado por gente que siente tanta pasión como tú por esta feliz locura.

El banderín de enganche de Maghenta, “Buscamos escritor novel que tenga obra. Que nos la mande”, es cuanto menos sorpresivo, pues es justamente lo contrario que uno ha acostumbrado a encontrarse durante estos años que ha estado dando tumbos. No es de extrañar que acudiese a él en cuanto que lo vi, y, finalmente, parece que Sombras chinescas va a ser publicada por la citada editorial ¡EUREKA!