A pesar del fiasco del Planeta, uno estaba sinceramente convencido de que, tras un resultado tan meritorio y sorpresivo, los editores se iban a rifar mi novela. Animado de este modo, envié una decena de copias a las editoriales de más copete. El resultado fue descorazonador; una de ellas, me devolvió el ejemplar sin abrir, incluso las hojas conservaban la electricidad estática de la fotocopiadora. Con los agentes, padecí una suerte similar.
Cuando fui a Barcelona, me sentí como Neil Armstrong; ahora me imaginaba más parecido Aldrin: había puesto un pie en el Planeta, sin llegar a hollarlo.
El primer relato que escribí, (dándole de nuevo la razón a Auster) describe bastante bien estos tiempos. Ahora mismo, sigue concursando; cuando deje de hacerlo, lo colgaré.
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