El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

viernes, 27 de enero de 2012

Las maldades del déficit


En los últimos meses, esta palabra está tan en boca de todo político que se precie, que está perdiendo buena parte de su significado, o al menos lo asumimos con esa despreocupación que otorga la rutina.
En primer lugar, el déficit es malo porque esa caterva de histéricos que llamamos mercados enloquecen y se espantan ante el mero sonido de la palabra, con la consecuencia de que el precio que tenemos que pagar por la deuda se encarece, lo que redunda en que aumente el déficit, que a su vez vuelve a ocasionar un nuevo repunte del precio de la deuda, que a su vez…
En segundo lugar, el déficit es dañino porque no se puede convertir en costumbre el gastar más de lo que se ingresa. Si a nadie con un mínimo de sentido común se le ocurriría hacer eso con sus finanzas personales, no se entiende que los gobiernos hayan institucionalizado esta costumbre con las cuentas públicas (en realidad sí se entiende, y la explicación consiste en que se limitan a quitarse de encima los preocupaciones más inmediatas y dejarle el problema grave al que venga detrás).
En tercer lugar, pero no por ello menos importante, el déficit es perverso porque convierte a las administraciones en competencia desleal de particulares y empresas en la captación del crédito que ofrecen las entidades financieras, por lo que, mientras el déficit persista en las alarmantes cifras actuales, no va a haber flujo de capital que dinamice la economía.
Al margen de lo anterior, el déficit puede recortarse por dos vías: aumentar los ingresos o disminuir los gastos. Si sólo se opta por la segunda, como parece ser el caso, estaremos tratando a un desnutrido prescribiéndole ayunos, así que pueden imaginar el resultado.

4 comentarios:

Er Tato dijo...

Veo, por tu último párrafo, que eso de disminuir los gastos no te parece la solución, pero curiosamente lo es. Refiriéndonos a los gastos del Estado, claro.

No puede ser que el Estado suponga la mitad del PIB de nuestro país. Sí, ya sé que también es así en los países de nuestro entorno, pero ni esos países tienen graves problemas estructurales en su modelo económico, ni están exentos de problemas por la hipertrofia de sus Estados. Cuando hablas de enfermo desnutrido, te equivocas de enfermo.

El enfermo desnutrido son los ciudadanos, y el que se está poniendo morado a su costa, chupándole la sangre para que buena parte de ella se vaya por los retretes y las cloacas, es el Estado.

El gasto del conjunto de las Administraciones Públicas ronda los 480.000 millones de euros. ¿De verdad no se puede reducir ese gasto un 15% o un 20% sin afectar a los servicios básicos de un Estado de Bienestar razonable y no subir los impuestos? Pues yo no me lo creo.

Y por cierto, no sólo se ha optado por la disminución de gasto -bastante escasa y poco ambiciosa, por cierto-, sino también por la subida de impuestos a los que tenemos una nómina, y lo que te rondaré morena. Atento a las próximas entregas de subidas de IVA e impuestos autonómicos.

Saludos

Juan Carlos Garrido dijo...

Tato:
No he dicho que recortar gastos no deba ser la solución, sino que no debe ser la única.
En la situación actual, se impone la vieja máxima keynesiana de recortar el gasto corriente y aumentar las inversiones, pero parece que las administraciones sólo piensan recortar el coste en personal y, cómo no, subir los impuestos, justo lo contrario que se debe hacer, como el propio Rajoy postulaba en campaña.

No obstante, si lo que hay que hacer es satisfacer a Merkel en lugar de levantar la economía, en ese caso vamos por buen camino.

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Yo creo que hay una tercera vía posible, además de aligerar el gasto y subir impuestos: Que los políticos y sus adláteres dejen de robar.
Saludos

Filisteum dijo...

Hay una mejor. Gastar lo mismo, pero en cosas que produzcan. La putada es que eso, además de dinero, requiere inteligencia.