Este libro, que le valió a Ignacio Ferrando el prestigioso premio Tiflos de cuento, y en especial el relato que lo encabeza (y el mejor a gusto de un servidor), “Yardbird”, serviría como un perfecto y canónico ejemplo, compendio de los cursos de escritura creativa.
El arranque de “Yardbird”, un hombre, en silla de ruedas, que quiere aprender a tocar la suite Yardbird de Charlie Parker para enamorar a su vecina, una francesa sin brazos de la que está patológicamente prendado, motivo por el que se dedica a moldear obsesivamente Venus de Milo, supera en mucho el paradigma del hombre sin brazos que me quería vender una foto de mi casa, de Carver.
Aunque Ferrando derrocha imaginación y hace gala de un envidiable y preciso estilo, el libro me produce la misma impresión de matemática (y fría) perfección que una sonata de Mozart. Quizás no le vendría mal un poco de ese toque de vísceras y bajos instintos que derrama por quintales el genial Jesús Tíscar.
Por cierto, la imagen del músico en la azotea me trae a la cabeza el relato que ya comentamos aquí de Felix J.Palma en referencia a “La Campanella”, si bien, después de lo que contado sobre este particular, no seré yo quien hable de plagios.
De nuevo al hilo de los plagios, ayer leí, pescado en la web, un relato del citado Félix J. Palma –lo más probable es que sea de la época en la que gastaba dientes de leche– con notables semejanzas con uno que he escrito yo hace un par de meses. En el suyo, una bañera asesina poseída por el diablo se dedica a acabar con todos los ligues del narrador. En el mío, una nevera, golosa y vengativa, engulle (dejando apenas las bragas) a las mujeres de las que no sabe como deshacerse un enfermizamente apocado protagonista.
Por menos, más de uno me ponía un pleito.
El arranque de “Yardbird”, un hombre, en silla de ruedas, que quiere aprender a tocar la suite Yardbird de Charlie Parker para enamorar a su vecina, una francesa sin brazos de la que está patológicamente prendado, motivo por el que se dedica a moldear obsesivamente Venus de Milo, supera en mucho el paradigma del hombre sin brazos que me quería vender una foto de mi casa, de Carver.
Aunque Ferrando derrocha imaginación y hace gala de un envidiable y preciso estilo, el libro me produce la misma impresión de matemática (y fría) perfección que una sonata de Mozart. Quizás no le vendría mal un poco de ese toque de vísceras y bajos instintos que derrama por quintales el genial Jesús Tíscar.
Por cierto, la imagen del músico en la azotea me trae a la cabeza el relato que ya comentamos aquí de Felix J.Palma en referencia a “La Campanella”, si bien, después de lo que contado sobre este particular, no seré yo quien hable de plagios.
De nuevo al hilo de los plagios, ayer leí, pescado en la web, un relato del citado Félix J. Palma –lo más probable es que sea de la época en la que gastaba dientes de leche– con notables semejanzas con uno que he escrito yo hace un par de meses. En el suyo, una bañera asesina poseída por el diablo se dedica a acabar con todos los ligues del narrador. En el mío, una nevera, golosa y vengativa, engulle (dejando apenas las bragas) a las mujeres de las que no sabe como deshacerse un enfermizamente apocado protagonista.
Por menos, más de uno me ponía un pleito.
2 comentarios:
Estás de una ironía encantadora.
Por cierto, me he pasado por la página del concurso de relatos....sniffff.
Gran virtud la tuya: la reseña induce a leer el libro.
salud
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