El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

jueves, 16 de abril de 2015

Elegía en prosa por alguien bien vivo

Se nos marcha Carlos Herrera, y nos deja huérfanos de radio, con esa suerte de vacío cósmico que sólo resulta de las mayores pérdidas.
Apenas han pasado unos días, y ya añoro su voz en el coche, de camino al trabajo, conminando a los camastrones a abandonar el lecho; su campechanía y sencillez con la gente de la calle, así como su firmeza y su ausencia de pelos en la boca, por más que luciese barba, cuando entrevistaba  al mandatario de turno (con el rico y el poderoso, hay que ser orgulloso, que decían en historias de Filadelfia).
Nos deja Carlos Herrera, y la radio nos parece menos una compañía, un cómplice, que un aparato que mete ruido. Las mañanas se antojan grises sin esa forma suya de reír los chascarrillos a la gente más graciosa y ocurrente, a la que parecía atraer como una suerte de irresistible imán.
Nos dejas, Carlos, como ese tío predilecto que emigraba por sorpresa Alemania, huérfanos de duende, pero sobre todo nos dejas con esa incertidumbre de la hija que abandona la carrera en el tercer curso, y el padre no sabe si es para meterse a monja o a corista.
Nos dejas, Herrera, en la desazón de tanto fósforo mojado, de angustias mañaneras y silencios de radio.

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