Aún no ha
llegado Carmena a la alcaldía, que todavía está por ver que lo haga, y ya nos
ha sorprendido con la primera ocurrencia peregrina: gravar con una tasa los
cajeros automáticos.
Supongo que resulta
muy progre lo de ejercer de Robin Hood aficionado: quitémosle algo a los ricos,
que tienen mucho, y con eso pagamos la barra libre.
El problema,
amiga Manuela, es que cuando se pretende hacer que paguen las grandes
corporaciones, léase compañías de telefonía, energéticas y muy, requetemuy, especialmente
los bancos, el que termina pagando es el de siempre, es decir: el sufrido
ciudadano, usted que lo lee y yo que lo escribo, en forma de incremento en su
factura de cada mes.
Es típico de
los ejecutivos que pretenden abanderar el progresismo, al menos del último que
sufrimos, gobernar a base de brainstrom,
de soltar la primera chorrada que se te pasa por la cabeza y reír el chiste en
forma de decreto ley, y luego vamos a ver qué pasa. Acuérdense de las pegatinas
de quita y pon en los discos de limitación de velocidad, del cheque bebé, y en
un largo etcétera que no precisan que les detalle.
Por todo ello, haga caso a este consejo, que no va a
leer, y déjese de experimentos, y limítese a lo que debe hacer un buen gobernante,
que es no entorpecer demasiado el libre devenir de las cosas y dedíquese a
vigilar abusos y situaciones de desamparo del pequeño frente al grande, así como al
cuidado de la hacienda doméstica, que es lo precisa todo ayuntamiento
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