
¿Merece la pena leer esta novela de Eloy M. Cebrián (alias Bucéfalo, otro de los pobladores de PL.com)? Sí, sin duda.
Tras empezar por la conclusión, procedo a despedazar con sanguinaria impiedad el libro: la novela comienza con una brillantez deslumbrante que le mueve a uno a preguntarse cómo demonios no se ha oído hablar (ni se ha leído) más del autor. El texto tiene un inequívoco carácter freudiano que evoca a los escritos de Jesús Tíscar; no obstante, el citado siempre es directo y contundente como un puñetazo en los morros, mientras que Cebrián es retorcido y alambicado como un martirio chino. Un poco más tarde, el lector se percata de que el autor va a narrar toda la biografía anterior a los hechos del protagonista y que no debe distar mucho de la propia, un recurso de principiante (el famoso paradigma de Auster/Sachs que he citado varias veces en esta página) que nunca hubiese sospechado de un autor tan breado como Eloy. Jamás se es objetivo en lo que respecta a uno mismo, sobre todo en la relevancia que pueden tener para otros los acontecimientos que se consideran capitales, y esta es la clave de que el libro flojee en su trama central, la adolescencia y época universitaria del protagonista. El final lo encuentro correcto (y la última frase genial), si bien, en los prolegómenos del mismo, la historia se antoja más propia de un adolescente calenturiento y onanista que de un escritor cuarentón, detalle que no contribuye, precisamente, a acrecentar la verosimilitud del libro.
A pesar de que la lectura me ha resultado fácil y entretenida, admito que he quedado defraudado ante la avalancha de críticas (sin duda en exceso) elogiosas que había leído sobre el mismo y que me habían hecho fijar unas expectativas demasiado elevadas.