Ya le había escuchado pecar de lo mismo en más de una ocasión, pero ayer pude comprobar que, en quince segundos escasos de intervención, el ministro Celestino Corbacho (por otra parte, uno de los, en apariencia, más competentes de este ejecutivo) perpetró tres “deques” como tres patadas a la gramática de Nebrija.
Cada vez nos expresamos peor (me incluyo en el lote: no en vano, soy escritor y no orador). Sin duda, influye en este particular el desdeñoso abandono de la oratoria (tan trascendente para nuestros ancestros) en nuestra educación y en nuestra actividad social. No estaría mal, por ejemplo, que, a semejanza de los americanos, en nuestros colegios e institutos existiese un club de debate. Resulta penoso constatar cómo personas con estudios universitarios se ven en serios aprietos para definir o explicar un hecho concreto (no hablemos de un concepto abstracto) y sólo lo logran, si llegan a hacerlo, valiéndose de un prolijo arsenal de muletillas, frases hechas, anacolutos y sobreentendidos.
De vuelta a los orígenes de la entrada, tampoco voy a exigirle al ministro que se exprese como Demóstenes, pero sería de agradecer que alguien de su notoriedad pública al menos lo hiciese con un mínimo de higiene gramatical. Resta, como consuelo, que no se trataba del ministro de cultura, aunque mayores desmanes se han contemplado, como nombrar ministra de igualdad a una señorita que sólo es igual a sí misma.
Por cierto, el viernes me tomo una semana de vacaciones, que disfrutaré en Aveinte, localidad de la que no puedo hablar mal, porque de ella es natural mi esposa, pero en la que no se dispone de cobertura 3G (señores de MoviStar, hagan algo), así que no me esperen en esas fechas.
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