Por los pelos (o por treinta monedas de plata) se ha librado mi queridísimo ZP de acudir al congreso a explicar cómo se compone este rompecabezas imposible donde faltan o sobran piezas, según quien lo mire.
Durante la pasada legislatura, hemos asistido al dislate de cómo primero una autonomía pedía la Luna, después otra, enrabietada, solicitaba Marte, para que al final otra, envalentonada, reclamase sus derechos sobre la Vía Láctea, y el gobierno, en un alarde de talante y capacidad de diálogo, ha concedido a todos absolutamente todo cuanto pedían. Lo malo es que, ahora, estas pérfidas autonomías van y solicitan que les den lo que les corresponde según sus flamantes, remodelados y ombligocéntricos estatutos, y resulta que no hay. En vez de admitirlo (o de haber cumplido con su deber y oponerse cuando fue el momento), este gobierno de la inoperancia y la negación de la verdad se limita a echar un poco de tierra, apenas dos paladas, sobre el cadáver y a rezar para que no apeste demasiado y aguante, aunque sea, hasta la próxima legislatura.
Aun así, esto no nos va a salir gratis, porque, para acallar a unos y a otros, va a tener que ir aflojando por aquí y por allá, sin dejar a nadie satisfecho, pero, al fin y al cabo, aflojando. Y no debemos olvidar que el dinero no es del gobierno, sino de nosotros, los pobrecitos contribuyentes, y que el gobierno se limita a administrarlo (o a jugar al monopoly con él, según como se mire).
Este servidor jamás ha entendido la supuesta utilidad del estado de las autonomías y siempre lo ha contemplado como una absurda multiplicación de cargos y organismos que sólo sirve para tirar dinero, un dispendio tolerable, a duras penas, en tiempos de bonanza, mas inadmisible con la que se avecina.
Por supuesto, en esta familia de hijos caprichosos y pedigüeños que son las autonomías, ninguno está satisfecho y todos quieren más. Las autonomías más favorecidas empiezan a solicitar que se revise la balanza fiscal. Ya puestos a revisarla, que se continúe con las provincias, los municipios, los barrios, las comunidades de vecinos, y al final, con cada uno de los contribuyentes: es decir, que se vaya al cuerno el modelo de estado de la solidaridad y que cada cual se apañe con lo suyo. Así no pagaríamos impuestos, y el que tenga trabajo que coma y el que no que ayune. Que cada cual construya sus veinte centímetros de autovía y se pague el médico cada vez que enferme.
A pesar de lo evidente de la situación, seguimos empeñados en hacer un pan con unas hostias, cada cual reclamando obstinado los derechos de su autonomía a un estado (al que no deben pertenecer) en apariencia ubérrimo e inagotable. Aquí tenemos el melón, abierto y ya medio podrido. Y además hay menos rodajas que comensales. A ver como sirves este postre, ZP.
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