Confieso que acometí la lectura del libro con una buena dosis de prejuicios, dado que me enfrentaba una de las obras paradigmáticas de la literatura de genero y orientada al gran publico. Aun así y a pesar de que la traducción no era de las que más honra al oficio (mal puntuada y repleta de adverbios terminados en mente, verbos genéricos y algunas frases que parecían haber sido transcritas por el traductor automático de google) he de reconocer que la narración aparece magistralmente hilvanada y que consigue mantener la tensión narrativa a lo largo de toda su extensión.
Buena parte del mérito de la obra obedece al planteamiento inicial: diez personas, supuestamente autores de crímenes impunes, son engañadas por un misterioso señor Owen, que consigue que acaben recluidos en una pequeña isla y se les anuncie, por medio de una grabación en un gramófono, que se les va a aplicar una suerte de justicia universal. El hecho de que las muertes se vayan produciendo conforme a una vieja canción de cuna (¡hay que ver las canciones macabras que les cantan los ingleses a sus niños!) no supone más que un toque exótico, y el interés emana del tenso ambiente, en el que todos desconfían de todos.
El desenlace se antoja un tanto forzado, rocambolesco y propio de una actuación de de prestidigitador, no podía ser de otro modo considerando que fallece hasta el apuntador, pero el resultado final es un producto digno y que se lee con avidez.
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2 comentarios:
Cachis, una de mis preferidas. Después de todo, es un arte mantener la ansiedad intacta del lector hasta el final, por muy traducido que este.
Si, lo del cordoncillo de las gafas esta un poquitillo forzado...
Por lo demás, muy entretenido.
Un abrazo
Este es un claro ejemplo de obra víctima de su reputación (o de la autora).
Un abrazo.
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