Es indudable que Obama es un hombre preso de las excesivas (y quizás infundadas) expectativas que se han depositado sobre él. No bastará que se dedique a hacer su trabajo con honestidad y tesón, incluso con eficiencia, pues todo lo que realice este mandatario que no sea grandioso y extraordinario será acogido por el mundo entero, que lo escruta expectante, con notoria decepción.
En contra del famoso aforismo de Baudelaire, es imposible ser sublime sin interrupción. Este mito viviente, que ha sido creado por la campaña electoral mediáticamente más larga y prolija que recuerdan los tiempos, en algún momento tendrá que descender del Olimpo, enfundarse el mono y ponerse a trabajar.
Por desgracia, las aguas no van abrirse ante la vista de este nuevo Moisés: hoy en día ya no existen milagros, si exceptuamos el hecho de que la gente se empeñe en seguir creyendo en ellos. A no mucho tardar, el mito tendrá que encarnarse en hombre y ponerse a bregar con la economía boqueante y agónica que le ha legado Bush, y en ese instante su carisma comenzará a erosionarse.
A no ser que algún chiflado (o no tanto) lo convierta en leyenda.
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4 comentarios:
Démosle tiempo al tiempo. Es verdad que hablar al gusto de muchos es mucho más fácil que trabajar con acierto(que se lo digan a ZP). Tiene un punto a su favor: después de Bush, es difícil hacerlo peor.
Es cierto que sólo puede mejorar.
Saludos.
Siguiendo con las claves evangélico-míticas, si el mito se hace carne, a lo mejor asistimos a algunos cambios positivos; peor que el otro no lo puede hacer. Estoy de acuerdo.
Saludos, Juan Carlos
En el mismo tono, y por bien que lo haga, creo que la mayoría no le va a perdonar que no sea más que un hombre. Es lo que tiene ser investido de Mesías.
Saludos.
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