El hombre, en la superficie de la tierra, no tiene derecho a dar la espalda e ignorar lo que sucede en el mundo.

Fiódor Dostoievski (El jugador)

martes, 22 de diciembre de 2009

Cuento de navidad

Lleva encerrado más de tres horas en el coche, atrapado por el temporal. Aunque todavía le resta más de medio depósito de combustible, la tarde declina y nada invita a pensar que la carretera pueda despejarse ni que vaya a recibir alguna ayuda, perdido en esta comarcal. La nevada le forzó a detenerse en mitad de la cuesta, cuando lo hizo el auto que le precedía y fue incapaz de salir de los surcos de la rodada para rebasarlo. Unos minutos más tarde, apareció otro vehículo, el último que consiguió llegar hasta allí, el último confín de ninguna parte.

En lontananza, se divisa una pequeña construcción rústica, casi sepultada por la nieve. Cuando sospechó que de veras podía quedarse atascado, sopesó la posibilidad de acercarse hasta allí, pero no abrigaba la certeza de que estuviese habitada y distaba más de un kilómetro, campo a través. Además, en caso de que lo estuviese, ignoraba cómo podrían recibirle. A él mismo no le haría demasiada ilusión recibir la visita de un extraño, potencialmente hostil, cuando está a punto de anochecer. Entonces comienza a salir humo por la chimenea, despejando la mitad de las dudas. El conductor del vehículo precedente también ha debido reparar en esta circunstancia, porque sale del mismo y se dirige hacia la casa. Unos instantes después, el de atrás le sigue, y él mismo se apresura a imitarlos; no tiene claro si le darán cobijo, pero no quiere arriesgarse a llegar más tarde que los otros y que le digan que ya no pueden alojar a nadie más.

Sus improvisados compañeros se embozan en sus abrigos y bufandas para hurtarle algo del rostro al vendaval, que es capaz de introducirle nieve en los ojos y las orejas, a pesar de que se ha cubierto con la capucha y la sujeta cuanto puede con ambas manos. Cuando llaman a la puerta, al instante les invitan a pasar. Quien les ha franqueado la entrada es un inmigrante, en apariencia rumano, que apenas habla español. En su media lengua, parece que quiere preguntarles si alguno es médico. No terminan de comprender lo que ocurre hasta que les conduce al dormitorio, donde se encuentra su mujer, que ha roto aguas. Entonces repara en sus acompañantes y los reconoce al instante: uno de ellos es un político y otro un juez bastante mediático; ninguno le profesa excesiva simpatía, pues él es periodista y su grupo no ha tratado demasiado bien a ninguno de los dos.

En su juventud, fue socorrista de la Cruz Roja, e intenta recordar los rudimentos que le malenseñaron y nunca puso en práctica. El juez se erige en su improvisado ayudante y el político toma una de las manos de la mujer y trata – en vano, pues es evidente que no comprende nada- de tranquilizarla. Milagrosamente, sin duda porque apenas se han limitado a no entorpecer demasiado la labor de la naturaleza, el niño nace y parece encontrarse bien. El padre se lo agradece con efusión y después intenta darles a entender que lamenta no poder obsequiarles con nada, pues ellos mismos están atrapados y se han quedado sin comida. Entonces recuerda la cesta que le dieron esta tarde en redacción, y vuelve hasta el coche a por ella.

Mientras que el juez parte el lomo ibérico y el político busca unos vasos, descorcha la botella de cava.

– Bueno, aunque sólo sea por hoy, creo que podremos aparcar nuestras diferencias.

Tras brindar, Llamazares, Garzón y Miralles, se obsequian con un sincero y sorprendente abrazo fraternal.



PD: estos días me hallaré a caballo entre Aveinte (Ávila) y la oficina, así que disculpen si no actualizo el blog como les tengo habituados. Y, para los no españoles, el nombre de pila del periodista es Melchor, el del político Gaspar y el del juez Baltasar. Son personajes reales, bastante populares por estos lares, si bien dudo que fueran capaces de comportarse como en el cuento

8 comentarios:

dany dijo...

Juan Carlos,
muy buena la historia.

Y sí, si que son capaces de hermanarse los tipos como estos, pero para reírse a nuestras espaldas e irse de cañas juntos después de tirarse los trastos en la radio o en la tele. Doy fe.

Er Tato dijo...

Imagino que lo sabes, pero Llamazares es médico. ¿Y se dedicó simplemente a cogerle la mano a la parturienta? Si es que...

Un abrazo y felices fiestas

Juan Carlos Garrido dijo...

Dany:
De esta gente, me creo cualquier cosa y a la vez no me creo nada.

Tato:
Pues ignoraba que fuese médico: simplemente supuse que era un intrigante profesional, como la mayor parte de los políticos. Además, no iba a permitir que la realidad me echase a perder una bonita historia.

Saludos a todos y felices fiestas.

Las hojas del roble dijo...

Jajajaaja, qué arte tienes, Juan Carlos.

María Jesús dijo...

Que tengas una noche mágica, con la compañía del recuerdo del nacimiento del Cristo.

¡Feliz Nochebuena! ¡Feliz Navidad!

Juan Carlos Garrido dijo...

Julio:
Celebro que te divirtiese el cuento.

María Jesús:
Llego un poco tarde para corresponderte en tus felicitaciones.

Felices fiestas a todos.

Mery dijo...

Cuánta y buena ironía para acabar el año, amigo Juan Carlos.
Un abrazo

Juan Carlos Garrido dijo...

Será que me miras con buenos ojos, amiga.

Un abrazo.