En menos de un año, desde que Obama y Merkel metieran en cintura a ZP,
hemos pasado de vivir en el estado del bienestar a padecer el estado de
indigencia. Como prueba, los tijeretazos que están sufriendo la educación
madrileña o la sanidad catalana, por no hablar del agujero negro manchego. Es
cierto que todos hemos vivido y gastado por encima de nuestras posibilidades,
pero es de justicia reconocer que en esa fiebre derrochadora se han distinguido
muy especialmente las administraciones locales y autonómicas.
Aunque políticos de uno y otro signo prometan lo contrario (por más que
el calendario afirme otra cosa, hace tiempo que nos encontramos en plena
campaña electoral), resulta imprescindible, si es que se quiere recortar de
veras, pegar tijeretazos tanto a la sanidad como a le educación, pues en ellas
es donde se va la parte del león de los presupuestos. Lo que no era imperativo
era recortar como se está haciendo, siempre apuntando al objetivo más fácil y
evidente.
Aunque resulte una obviedad, lo urgente raras veces coincide con lo
importante y casi nunca con lo aconsejable. Pero claro, si se pretende recortar
de un día para otro, no queda otro remedio que hacerlo con el dinero que se
tiene más a mano: el sueldo de los funcionarios y los pagos a proveedores. Es
innegable que padecemos un estado sobredimensionado y derrochador, en el que se
pueden realizar infinidad de ajustes sin mermas en el servicio, pero que deben ejecutarse
como resultado del análisis y la planificación, no como dictado de la
improvisación y las prisas.
En todo caso, estos recortes administrativos van a tener como
consecuencia una nueva oleada de desempleados, con miles de interinos y ex
beneficiarios de cargos de libre designación en la calle, y, si la lucha contra
la crisis se limita a meter la tijera, no vamos a lograr otra cosa que
profundizar la hondura de la crisis.
Tiene razón Obama cuando critica la actuación de Europa. Aunque nos
hagamos los dignos y le recordemos que el causante de que se hundiera Lehman
Brothers y así se desencadenara la crisis financiera mundial fue la
administración americana, lo que precisa una economía como la nuestra es una
política keynesiana en la que, aunque se recorte el gasto corriente de la
administración, se realice un esfuerzo inversor en infraestructuras que actúe
como catalizador de la reactivación.
Eso, o
felicitarnos por haber contenido el déficit de una economía muertaColumna publicada en el Soplón
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