Hace años, bastantes, el hecho de abandonar a medias la lectura de lo que se suponía debía ser una “obra maestra” constituía, a ojos de este servidor, poco menos que un sacrilegio. Por fortuna, uno ya ha descubierto que la literatura debe ser siempre una fuente de placer, y no de tedio, además de que existen muchos más libros que tiempo.
Dicho esto, confieso que he abandonado la lectura de “El viajero del siglo” en la página 168. Es cierto que el comienzo del libro, con su prosa lírica y prolija, me desconcertó, pues no concordaba con lo que había leído antes de Neuman, y que el planteamiento se intuía prometedor: un joven y misterioso viajero arriba a una, aún más misteriosa, ciudad cuya posición parece variar y la misma distribución de sus calles se antoja mudable, y que, por motivos inexplicables, se ve incapaz de abandonar. Hasta ahí, perfecto; no obstante, a poco que se avanza en la lectura, uno se encuentra con decenas de páginas trufadas de digresiones filosóficas y, más tarde, de meras y numerosas variaciones sobre el mismo tema.
A pesar de que el argumento no guarda demasiada relación, este libro, casi desde el principio, me trajo a la cabeza “Las ilusiones perdidas”, de Balzac; en buena medida, por esos párrafos titánicos e interminables, pero sobre todo por la cantidad de “paja” empleada con generosidad para rellenar centenares de páginas. Resulta evidente, al menos a ojos de un servidor, que Neuman ha pergeñado una novela de más de quinientas páginas con un tema que daba, como mucho, para ciento cincuenta. Seguro que el libro se reserva un espléndido final, pero no me encuentro con ánimos de llegar hasta él. En cuanto al estilo, el autor ha eliminado la estructura clásica de los diálogos precedidos por el guión y los ha embebido en el texto, con lo que no logra más que el inconveniente de que la lectura resulte más farragosa. También, por puro esnobismo y en especial al comienzo de la obra, elimina la conjunción al final de las enumeraciones, licencia que le concederíamos gustosos al autor si el resultado final estuviese a la altura de las expectativas, que no es el caso.
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6 comentarios:
También me he vuelto caprichosa a la hora de leer.
Y es que entras en cualquier librería y la cantidad de libros es enorme, y sólo en pensar en leerlos todos... y que al mes siguiente probablemente más de la mitad serán nuevos otra vez... no nos da la vida.
Balzac me desesperaba. Las novelas que le he leído eran continuas subidas y bajadas de personajes atrapados como moscas en la teladearaña de la supervivencia. Y nada, que no salían de ahí, sólo se transformaban para peor.
Un abrazo
Leí una vez un estudio que rezaba que el ochenta por ciento de los títulos no llegaba a aguantar un mes en las librerías. Es una lástima, pero resulta evidente que producimos literatura de un solo uso, como los pañuelos o las jeringuillas.
Ni siquiera los grandes fabricantes de best-sellers perviven, ¿qué fué de Dan Brown? (tampoco es que me importe gran cosa).
Saludos.
No es el primer comentario negativo que me encuentro de esta novela. En no sé que sitio leí una crítica similar que coincidía contigo en la innecesaria demostración de conocimientos filosóficos.
Y por supuesto que todo lector debe saber que tiene derecho a no leer. A este respecto es interesante leer los derechos imprescindibles del lector que enumera Daniel Penac (dejo el enlace):
http://www.edicionesdelsur.com/articulo_111.htm
Un saludo para todos.
Dany.
Dany:
Muy interesante el artículo. En todo caso, eres la persona del mundo que mayor cantidad del listas, decálogos y similares conoce. Cualquier día te inscribo en el Guiness.
Un abrazo.
Ufff, esto de escribir por escribir, para que el lector posterior tenga que leer por leer, se me antoja insufrible.
Has hecho bien; yo voy practicando esta costumbre ya sin ningún cargo de conciencia.
Mery:
Este libro tiene trampa, porque el principio engancha y, cuando llega el bajón, tienes que tragarte bastantes páginas hasta que te convences de que no es algo temporal.
Un abrazo.
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