Admito mi condición de malpensado irredento, pero toda unanimidad siempre me ha resultado sospechosa. Y da que pensar el hecho de que esta manifestación “espontánea” del sentir popular haya aflorado justo ahora, tras las declaraciones de Montilla. Todo este revuelo no puede significar otra cosa que en el constitucional se está fraguando una sentencia que no le va a gustar a ninguno de los que ahora se rasgan las vestiduras.
Y que conste que no me parece mal que, mediante la opinión pública (no mediante otros medios opacos e inconfesables), se presione al constitucional, así como a cualquier otro órgano del estado; lo que considero imperdonable es que se hayan producido las filtraciones que desatan esta algarada.
Y lo más gracioso de todo es que el argumento de mayor peso a favor del estatuto es el hecho de que haya sido aprobado por referéndum (en el que apenas votó un 30 % de los ciudadanos catalanes). De igual modo, se podría convocar un referéndum en el pueblo de mi esposa (Aveinte, Ávila) para que el arroyo Aldeanueva (por el que sólo he visto correr el agua este invierno) sea navegable; y, si triunfa el sí, que nadie ose oponerse a la voluntad popular y democrática.
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